Cuarentena sin Ramona y con furia travesti en la Villa 31

A partir de la muerte de Ramona, "la leona villera de la 31", Alma Fernández -activista travesti- escribe: "Para nosotres no habrá un hotel"

Por Alma Fernández*

Fotos: Alma Fernández y archivo Presentes/Ariel Gutraich

Este fin de semana la villa se partió en dos, como mi corazón y como la esperanza con que seguimos esperando la ayuda anunciada en estos tiempos de pandemia, pero nunca llega; y cuando llega, es para pocxs. Los festejos por el Día de la Madre (en Paraguay y otros países de la región, que se viven a pleno en el barrio) este domingo se vieron opacadxs por el fallecimiento de Ramona Medina, la leona villera de La Poderosa en la 31. 

A algunxs no les importó el ocaso ni la pena de esta referenta que venía denunciando el hacinamiento, la falta de agua y el rápido aumento de casos de coronavirus en el barrio Carlos Mugica. El virus también terminó matándola a ella, pero no fue solo el virus.

Solía verla organizándose en tiempos neoliberales, porque Ramona fue una de las tantas mujeres que se las ingenió para darle de comer a lxs propixs y lxs ajenxs con dos cebollas, una papa y kilo de pan. Ahora que todo duele pienso: qué lindo hubiera sido ver a Ramona gestionando en los ministerios. Qué lindo es  verla ahora convertirse en bandera. Pero también y sobre todo: qué triste. Qué injusto es no poder escapar a ese destino que se re-escribe una y otra vez como mandato obligatorio en cierta clase de vidas: nuestras vidas, las de quienes llegan a tener más importancia justo cuando nos morimos. 

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Marcha del orgullo villero en la 31 de Retiro, noviembre de 2019

El lunes 18 de mayo, mientras nos preparábamos para asistir a una conferencia de prensa en la capilla, organizada y anunciada por los curas villeros, las fuerzas policiales también tenían preparada su actividad a la hora programada. Así lxs vecinxs que habitamos en las manzanas ventitrés y ventitrés bis fuimos aislados con una orden terminante: no salir de nuestras casas hasta que nos hicieran el hisopado y ver si teníamos coronavirus. A lo largo de todo el día estuvimos esperando que vinieran a analizarnos. A veces sin luz y a veces con miedo. 

En medio de tanto flagelo, desconcierto y combate invisible, las travas y las personas excluidas, volvemos a ser carne de cañón. Lxs dueñxs de la moral y las buenas costumbres hacen cola para que las travestis y trans seamos las primeras en marchar a hacernos el testeo. Y ay si una de nosotras resulta infectada. Porque automáticamente será apedreada, alejada y quemada en la hoguera de las personas pobres que resisten a esta pandemia que es cruel con los que menos tienen, indiferente  al género y a la orientación sexual.



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Marcha del orgullo cillero en la 31, noviembre de 2019.

Me toca esperar en silencio a que me llamen los médicos para el testeo. Miro por la ventana entre la escalera de hierro y pienso “Nada cambió en absoluto. Nunca las calles estuvieron vacías en la villa. A veces pienso que voy a despertar y esto será como un sueño, que nunca pasó. 

Observo a los pibes víctimas del paco, cómo caminan agarrándose de las paredes, pasados de cansancio, las manos sucias, los ojos rotos y achinados, abrazando el abandono, como buscando algo que los ayude a superar este momento, este tiempo que sin saber los agarró y de repente todo -o nada- cambió. Esos pibes saben que no  hay opción en el parador, como también saben que no tuvieron precaución, que no le dieron importancia a la cuarentena, que les dió lo mismo. Que cuando empezó esto decían que era una enfermedad de ricos. Recuerdo esos primeros días de confinamiento: la ciudad estaba llena de controles, y en el barrio, la policía ni circulaba por la villa, no hacía controles.


Ahora que estamos llegando a los 1000 contagios, empezaron a trasladar a lxs pobres al Hospital Muñiz para aislamiento y para hacer la cuarentena. Es aquí donde se nota más la diferencia: para nosotres no habrá un hotel adónde ir. Van a  hacinarnos en el hospital. El mismo hospital especialista en enfermedades infecciosas en el que perdí a un montón de amigas. Un hospital donde a veces no hay agua ni insumos para las travestis. 

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Me pregunto cuál será la suerte de una de las nuestras, cuando al final el destino inevitable sea éste. Sabemos que en términos de políticas públicas y a la hora de salvarnos, siempre seremos las últimas. La categoría que nos asignó el Gobierno de la Ciudad a la hora de gestionar y resolver el tema habitacional es la de indigentes travestis/trans. Pero para lo único que te alcanza un subsidio habitacional en  la Ciudad de Buenos Aires, la más rica del país, es para alquilar en alguna villa porteña.  Ahí es cuando el virus se vuelve funcional al genocidio trans.

Marcha del orgullo villera y plurinacional en la villa 31 de Retiro, Bs As. Noviembre de 2019.


Con barbijo y sin abrigo: no ser más está humanidad


Nosotras sabemos: es mejor cuidarnos por nuestros propios medios. Entre nosotras aprendimos de la experiencia que nos da ser sobrevivientes de muchas cosas, entre ellas de la prostitución. Cuando el VIH/sida rondaba por las llamadas zonas rojas, al ver cómo se nos morían una a una las nuestras, nos consoló decir: “todas lo tenemos”. ¿Aplicaremos la misma fórmula para esto? 

Porque cuando pase el Covid-19 tendremos que empezar de nuevo, una vez más, desde abajo.  Eso también lo tenemos aprendido. Ahora no hay tiempo para pensar en el amor, ni para construir un proyecto de vida. Sabemos que nos toca sobrevivir y seguir soñando con salir adelante, aunque duela la silicona, te lastime el rechazo y falte el pan. Seguir viva es lo más importante, ¡siempre!  Con barbijo y sin abrigo seguimos queriendo no ser más está humanidad. Con barbijo y con hambre postergamos sueños, anidando recuerdos de un pasado de mariposas libres volando alto y con furia. 

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*Alma Fernández es activista travesti y vive en la 31, Retiro, Ciudad de Buenos Aires.

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