El lado travesti-trans de la pandemia en Santa Fe
Solidaridad, pobreza, prostitución, excepciones y oportunidades: las historias detrás del coronavirus en Santa Fe.
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Por Soledad Mizerniuk y Victoria Rodríguez
La pandemia del Covid-19 desnudó distintas realidades en Santa Fe. La cuarentena no es la misma para todes. Sin trabajo, sin casa, con complejo acceso a la salud y muchas veces sin contención familiar; en estos días gran parte del colectivo LGBTI se hundió en sus carencias previas. Lejos de las fotos de cocina en Instagram, su día a día es una carrera por la supervivencia.
Prostitución, solidaridad, pobreza, excepciones y oportunidades. Jackeline, Tamara, Dino y Noly cuentan cómo viven el aislamiento y cuáles son las consecuencias que creen que tendrá en la comunidad trans y travesti.
Pelear la calle
Tamara Micaela Morcillo es travesti, tiene 20 años y este año empezó a ejercer la prostitución “para tener para comer con mi familia”. En Barranquitas, uno de los barrios del oeste de la capital provincial, pasa el aislamiento social con su mamá y su hermano que viven del cirujeo. Antes de la pandemia, porque la plata no alcanzaba y ella no quería juntar basura, Tamara empezó a prostituirse.
Hoy lo que ella gana en la calle es el único ingreso que tiene en su casa, aunque eso también se ve afectado por los cambios que la pandemia trajo a la ciudad. “Con esta porquería ya no puedo trabajar en la calle. Antes, trabajaba todos los días, a la tarde, a la noche y madrugada; todo el día trabajaba. Ahora no puedo”, cuenta a Presentes. Tuvo que limitar el horario y alquiló junto a una mujer cis un departamento para recibir a quienes la contactan por teléfono.
Su objetivo, cuando pase la emergencia por coronavirus, es juntar el dinero suficiente para vivir sola. Tiene una buena relación con su familia desde que, hace varios años, aceptaron su identidad. Tamara no está bajo tratamiento hormonal. “Yo me compraba la pastilla, la que toman las mujeres, en la farmacia y no me sirvió para nada. No sentía que me hiciera efecto. Otras chicas me comentaron que esa pastilla era buena pero no me hizo nada”, cuenta y recuerda que una vez pidió un turno en el hospital pero que lo perdió porque se quedó dormida. “Esta semana voy a llamar de nuevo”, se excusa como si estuviera en falta.
Para Tamara, lo más difícil cuando llegue la “nueva normalidad” van a ser las rutinas, las relaciones con las personas que dejó de ver en este tiempo, que la gente se encuentre y empiece a salir, en todo el sentido de la palabra. “Cuando pase toda esta porquería no sé qué nos va a pasar. Hoy salimos a trabajar y volvemos a estar encerradas todo el día. Eso va a ser difícil”, marca y agrega que le gustaría conseguir otra fuente de ingresos: “La calle es difícil y, a veces, pasan cosas malas”.
La Jackie y la solidaridad
Jackeline Ailín Quinteros es conocida como “la Jackie”, una morocha trans hermosa, del barrio Barranquitas, en la ciudad de Santa Fe. Ella tiene una realidad diferente a muchas de sus pares, porque vive en una casa con sus padres y su compañero –“Mi marido desde hace nueve años”, aclara ella– y, si bien necesita un empleo, tiene cubiertas sus necesidades básicas. Pudo terminar la escuela secundaria (abanderada de la Cristo Obrero) y hoy vende productos de, al menos, cuatro “libritos de cosmética”.
“Yo tengo una lista de 17 chicas, una de ellas lesbiana y las otras son trans, de las que me encargo yo de alcanzarles comida. Hubo mercadería que distribuyó el gobierno, pero no es suficiente. Algunas están en situación de calle y otras salen a trabajar en la calle. Sin trabajo, sin un peso están”, cuenta Jackie a Presentes.
Más allá de que muchas redes se activaron a raíz de la pandemia, ella explica que hace años que se asiste a un porcentaje del colectivo con ropa y comida. “Ahora, por lo del coronavirus está todo mucho peor para las chicas en muchos sentidos. No están llegando las medicaciones para los tratamientos hormonales, por ejemplo. Y se suspendieron las cirugías que teníamos programadas”, enumera.
En cuanto a la lista de chicas a las que lleva ayuda, dice que la armó hace rato, para que estuvieran más conectadas entre sí: “Yo les iba pidiendo el teléfono y les decía que anoten el mío, por si tenían algún problema o urgencia que tuvieran a quién llamar. Muchas son de mi barrio o bastante cerca. Incluso las he llevado a casa cuando no tenían dónde ir”.
Jackie no quiere que la identifiquen con ninguna bandera política ni organización. Tampoco le gusta sacarse fotos mientras entrega las viandas. “Lo hago de corazón, no quiero nada para mí”, dice y agrega una anécdota: “Yo pido por las chicas en todos lados y una vez me ofrecieron llevarnos a Buenos Aires a la Marcha del Orgullo y otras actividades. Llegamos allá y la mayoría no conocía la ciudad, así que me las llevé nomás a pasear y conocer lo más posible. Fuimos después a la Marcha, claro, pero antes hice eso porque quizá no hubieran tenido otra oportunidad”.
Consciente de que su historia fue quizás la aguja en el pajar en relación a las vivencias de la mayoría del colectivo, Jackie se suma al reclamo de oportunidades para todes, tanto en el ámbito laboral, como educativo y sanitario.
El futuro abogado
Del escenario gris que se presenta para muches también brotaron flores. Son las manos solidarias de un colectivo acostumbrado a tejer redes que, en pleno distanciamiento social, contiene con viandas y canastas de alimentos a más de 70 personas de esa comunidad en la capital santafesina.
Dino Germani llegó desde San Justo a la capital santafesina hace tres años, cuando tenía 24. Es varón trans, estudia abogacía en la Universidad Nacional del Litoral, vive con unos amigos y, hasta el inicio de la pandemia, trabajaba en una pizzería. En estos días de confinamiento se sumó a la cocina de una olla popular para repartir viandas a alrededor de 70 personas del colectivo LGBTI de las ciudades de Santa Fe y Santo Tomé, día por medio.
En el marco de la pandemia no solo perdió su empleo. “Tenía fecha para la mastectomía a fines de abril, pero tanto mi cirugía como las demás están suspendidas y a reprogramar después de la emergencia. Por lo que me cuentan chicas trans también hay faltante para los tratamientos con hormonas, no solo en Santa Fe”, dice a Presentes.
Su tarea solidaria estos días lo llevó a conocer la situación en la que viven la emergencia sanitaria muches integrantes del colectivo. “Hay muchas chicas que están sin trabajo ni ingreso estable, en una situación muy complicada. Peleamos durante años por la aprobación del cupo trans en la provincia y el año pasado logramos la aprobación. Hoy estamos esperando la reglamentación, para que la ley no quede encajonada y realmente sea una herramienta de inclusión”, remarca.
Dino resalta además que “la realidad de las chicas trans no tiene nada que ver con la del varón trans”. “La mujer de por sí está siempre más expuesta a la discriminación, más aún en lo laboral. Por ejemplo, es raro que un varón trans tenga que prostituirse para sobrevivir. Si bien hay casos, no son la mayoría. Y también pasa que a la mayoría de las chicas trans las familias las echan de su casa”, agrega.
Mientras corta verdura y revuelve en la olla, Dino sigue la línea de su propio camino. “Yo vine a estudiar abogacía con la intención de poder defender los derechos vulnerados a la diversidad sexual. Es una de las principales razones que me motivaron”, dice. Con el deseo profundo de escribir su destino, hace más de tres años tomó la decisión: “Vine a Santa Fe en julio del año anterior. Ni siquiera sabía que era gratuita la universidad, me enteré cuando vine a averiguar. Tenía la plata justa para ese viaje. Ahorré esos meses, rendí para el ingreso en noviembre y en febrero me instalé. No me fui más, literalmente”.
Sus experiencias escolar, familiar y laboral habían sido malas hasta entonces. Burlas en la escuela, el rechazo de su familia –su mamá no le habló por cinco años desde que le confesó lo que sentía acerca de su identidad de género– y un trabajo municipal en el que la inclusión social que prometían no resultó tal; fueron parte de un pasado a dejar atrás. “Acá no conocía a nadie, pero hoy tengo muchos amigos por suerte. En San Justo todo el mundo te conocía y juzgaba”, remarca.
Embebido en clases virtuales, apuntes y trabajos prácticos, Dino sigue peleando aferrado a su objetivo. Hoy necesita un trabajo estable para poder sostener sus estudios y estadía en la ciudad de Santa Fe. “Hice pasantía durante unos meses en una fiscalía y aprendí muchísimo; pero lo cierto es que hoy necesito trabajo, aún cuando no sea relacionado a lo jurídico. Quiero recibirme”, concluye.
Recuerdos de otros encierros
Noly Trujillo es una sobreviviente. Las vivió y luchó todas. Con 56 años es una de las pocas que pasó la esperanza de vida de las personas trans y travestis y que cuenta con un ingreso fijo gracias a la reparación histórica del Estado. Esta pandemia, sabe, la encuentra en un lugar mejor que el de la mayoría de sus compañeras. Hace unos días escribió en Facebook: “Estos días me detuve a pensar en lo afortunada que he sido, en tener mi techo, tener una cama cómoda, calentita para estos días frescos, tener un plato de comida, tener la posibilidad de tener una pensión y ya no tener que pensar en el día a día, pero nunca dejo de pensar en quienes no tienen esa suerte o quienes se fueron sin tenerla”.
Cuenta que el aislamiento social la puso en contacto con viejos recuerdos pero que no deja de pensar en cómo será la salida. Describe el encierro con una palabra: ansiedad. Desde que se empezó a hablar de la pandemia, y como pertenece a los grupos de riesgo, decidió respetar sin excepciones las medidas de cuidado.
“Hace unos días falleció Marina Quintero (militante trans histórica de Santa Fe) y eso, sumado a la soledad, me hace pensar: ¿seré la próxima?”, cuenta a Presentes y sigue: “La cabeza trabaja y me genera angustia y ansiedad. Al principio no sentí mucho el encierro porque lo que la gente vivió en esas primeras semanas es lo que nosotras vivíamos cuando estábamos presas. Hubo un recordar de esa situación, es horrible porque te sentís de nuevo presa. Las trans de mi época pasamos tantas detenciones que recordé mucho eso”.
Con el paso de los días y ante la profundización de la crisis económica, se organizó con otres activistas para sumar. “Muchas de nuestras compañeras no tienen nada. Muchas son trabajadoras sexuales y no están trabajando”, marca.
También analizó que la brecha generacional deja en peor situación a las más jóvenes. “Hay que aprovechar la ayuda que estamos dando para tener datos actualizados y ver qué ayuda necesitan, más allá de la emergencia”, dice Noly que reconoce que, a diferencia de las más grandes, las chicas están muy solas y muchas no se animan a buscar ayuda y asesoramiento para hacer el cambio de documento, acceder a la salud o ejercer otros derechos.
Noly confía en que esta etapa les permita conocer mejor los casos particulares para poder articular redes de voluntariado que permitan acompañar y mejorar la calidad de vida de esas trans y travestis. “Las nuevas activistas pueden hacer ese trabajo y hacer más territorio. Nosotras, las más grandes, podemos acompañar y sumar desde nuestro lugar. Tenemos que llegar a ayudar a las chicas más chiquitas, hay que encaminarlas, contarles que pueden lograr lo que quieren y darles contención”, dice.
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