Comenzó el juicio por el crimen de Azul: “Las trans estamos en situación de vulnerabilidad”
Crónica de la primera audiencia del esperado juicio por el crimen de Azul Montoro, la joven trans de 23 años asesinada a puñaladas.
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Por Alexis Oliva, desde Córdoba
Con los planteos iniciales de las partes y dos testimonios importantes, comenzó ayer el esperado juicio por el crimen de Azul Montoro, la joven trans de 23 años asesinada a puñaladas el 18 de octubre de 2017 en Córdoba capital. La presencia en la sala y la calle de los colectivos LGBT+ y la militancia política y social puso marco a la primera jornada, donde quedaron expuestas las cuestiones que concentrarán el debate: la imputabilidad del victimario y el agravante por femicidio.
“Con intención de matar y alevosía”
Con la sala colmada de familiares y allegadxs de la víctima, dirigentes políticos, militantes y periodistas, a las 10:20 del último día de julio el juez Gustavo Rodríguez Fernández, presidente de la Cámara Criminal y Correccional de 9ª nominación, tomó juramento a lxs doce integrantes del jurado popular –siete hombres y cinco mujeres– y ordenó que le quiten las esposas a Fabián Alejandro Casiva, de 26 años, acusado de “homicidio calificado por mediar violencia de género”.El acusado, el relato y las reacciones
En presencia del padre, madre y un hermano de la joven asesinada, se detallaron cada una de las 17 heridas producidas en el tórax, cuello, rostro y manos. Se indicó que Casiva también atacó con el cuchillo a una perra caniche que había en el departamento y se apoderó del celular Samsung de la víctima. A esa altura del relato, entre el público algunxs lloraban y otrxs se agarraban la cabeza o miraban con bronca al responsable.“Una explosión de violencia machista”
El fiscal de cámara Gustavo Arocena destacó que Azul era “una trabajadora sexual que había logrado el reconocimiento civil de su identidad como mujer” y había tenido “una vida plagada de discriminaciones”. “No sabía que iba a encontrar drásticamente su muerte en la zona roja, donde ejercía su profesión”, dijo antes de conjeturar que “algo hizo explotar los sentimientos y el comportamiento del acusado, que arremetió contra Azul”. Luego, recordó: “No era la primera vez que había explotado en un incidente de violencia misógina y machista, incluso contra mujeres que integran su núcleo familiar: había golpeado a su madre y a su hermana”.“Azul era una persona que quería ser incluida”
A continuación, el abogado querellante Tomás Aramayo se dirigió al jurado popular: “Es importante que conozcan cómo vive el colectivo trans, con una expectativa de vida de 35 años, sin inclusión laboral ni social y quizás la única alternativa que les queda es el trabajo sexual”.“No comprende la criminalidad de sus actos”
A su turno, el defensor oficial Javier Rojo dijo que “Fabián Casiva no comprendió la criminalidad de los actos” que se le atribuyen, aunque “previamente hay que acreditar la criminalidad”. “Claramente, la prueba indica que no comprendió”, sostuvo. Y citó “pericias casi unánimes que indican que esta persona sufría una problemática en su desarrollo intelectual”, que “se fue agudizando y desencadenó en el hecho lamentable que significa la muerte de una persona humana”. Además, para el asesor letrado corresponde “indagar si esa muerte fue porque era mujer o fue una víctima más de su afección mental”. En cualquier caso, aludió al beneficio de la duda: “Si no hay certeza de que comprendió cabalmente sus actos, la duda lo favorece y hay una especie de chaleco que lo protege” contra una eventual condena. No obstante, admitió la posibilidad de que “se lo interne en una institución psiquiátrica”. Fabián Alejandro Casiva se negó a declarar sobre el hecho. En el interrogatorio de identificación que se hace al inicio del juicio, dijo que vivía con sus padres y otrxs cinco hermanxs, cursó un bachillerato acelerado hasta tercer año, trabajaba en la playa de estacionamiento del ferrocarril Mitre y tuvo una novia llamada Micaela, a la que dejó de ver porque “no la dejan entrar a (la cárcel de) Bouwer”. —¿Tuvo alguna enfermedad? –preguntó el presidente del tribunal. —Sí, esquizofrénico –respondió el acusado y mencionó varios medicamentos que debió consumir “desde chico”. —¿Consume alcohol o drogas? —Sí, antes. —¿Antes de qué se refiere? —Desde antes que cayera preso. —¿Podía tomar drogas o alcohol con la medicación? —No, porque me perdía. Para qué le voy a mentir si le estoy diciendo la verdad. —¿Tiene otras causas penales? —¿Qué sería eso? —Antecedentes por delitos. —He caído algunas veces –reconoció Casiva, pero la secretaria del tribunal consignó que “no tiene antecedentes computables”.“Fabián, ¡qué hiciste!”
La primera testigo del juicio fue Mónica Beatriz Galíndez, madre del acusado, que como tal podría haberse abstenido pero aceptó responder un largo interrogatorio de los jueces y las partes. La mujer contó que “hasta los 8 años, era como todo niño”, pero en cuarto grado de la primaria la directora y maestras la llamaban con frecuencia, porque Fabián “contestaba, pegaba, no obedecía, no jugaba como los otros niños, estaba siempre peleando y se salía de la clase”, aunque “cuando estaba bien, le gustaba ir a la escuela”. Ella lo llevó a un psicólogo, porque además tenía “dolores de cabeza y transpiraba mucho en la frente”. Entonces, le diagnosticaron esquizofrenia, estuvo con tratamiento ambulatorio y a veces internado. —¿Alguna vez lo denunció a su hijo? –le preguntó el juez. —Sí, lo denuncié porque yo soportaba todo, pero llegó un punto en que tuvimos que denunciarlo porque no lo podíamos contener y él necesitaba ayuda –admitió Galíndez y luego añadió que “varias veces se quiso suicidar”. A pesar del diagnóstico de ezquizofrenia, los profesionales que lo trataban le dijeron que “en cierta forma iba a ser normal, y podía tener uno de esos brotes cada un mes o cada dos semanas”. Al preguntarle el fiscal Arocena cómo se enteró de la muerte de Azul Montoro, la madre del acusado contestó: “Yo no supe nada”. —Parece que no nos quiere contar… ¿Qué estaba haciendo usted? —Estaba haciendo las cosas de la casa. Estaba él viendo la televisión y yo… —¿Habló con él? ¿Cómo estaba él? –insistió el funcionario, pero antes que la mujer respondiera se dirigió al acusado– No sé por qué me está mirando con esa cara de malo. —¿Sabe por qué lo estoy mirando así? Porque usted está presionando a mi mamá –replicó Casiva ante el asombro de jueces, jurados y público– Está bien que usted sea abogado, pero no la tiene que presionar a mi mamá. —Está bien hijo, no me molesta –intervino Galíndez.“Él me miraba como sin saber”
Luego de que el juez le exigiera calma al acusado, la mujer relató que aquella mañana una vecina le contó que su hijo “mató a un trans”. “Fabián, ¡qué hiciste!”, lo increpó. “No sé, mami, estoy mal”, le respondió Casiva. “¡Cómo no vas a saber!”, le reprochó ella, quien según su relato lo agarró de un brazo y lo mandó al Hospital Neuropsiquiátrico provincial. “Como él estaba con ese tratamiento ambulatorio, a mí se me ocurrió mandarlo al Neuro”, explicó la mujer, aclaró que se fue en remís y aseguró que ella no vio manchas de sangre en la ropa que su hijo le había pedido que lavara. “Él me miraba así como sin saber”, recordó. Fue el de Galíndez un testimonio difícil, atravesado por sentimientos contradictorios, que seguramente gravitará en la que apunta a ser la discusión central de este juicio: si el acusado es imputable o no.“Estamos expuestas a la vulnerabilidad”
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