La escritora Patricia Kolesnicov sobre el lesbo odio de un colegio contra su libro

La semana pasada, la escritora y periodista Patricia Kolesnicov dio una charla en la Feria del libro de Neuquén sobre su novela "Me enamoré de una vegetariana", una historia de amor entre dos chicas adolescentes. Estudiantes de un colegio secundario religioso fueron obligados a retirarse en medio de la actividad por sus docentes.

La semana pasada, la escritora y periodista Patricia Kolesnicov dio una charla en la Feria del libro de Neuquén sobre su novela «Me enamoré de una vegetariana», una historia de amor entre dos chicas adolescentes. Estudiantes de un colegio secundario religioso fueron obligados a retirarse en medio de la actividad por sus docentes.

Por Patricia Kolesnicov*

Foto: Agustín Sohn

Una anda por la vida sin pensar que es «diferente», que es «rara», que es, bah, de segunda.

Una anda por la vida creyendo que es como cualquiera, una porteña de clase media cualquiera, que hasta carnet familiar del Automóvil Club con la cónyuge tiene, domingos en familia y un nieto que nos grita ¡abuelas! cuando nos ve en la puerta de la escuela.

Una se olvidó de que «eso» es un tema.

Es más: una cree que es de lo más «cualquiera» de la sociedad, que los raros, si acaso, son esos que levantan las manos y cantan a coro en unos locales con vidrieras que dicen «Iglesia» y casi siempre dicen «amor». A veces los mira con condescendencia, hasta con simpatía. Coro aparte, los ha visto por la calle con ropas sencillas, en ramilletes, con sus folletos que nosotros, los comunes, casi siempre rechazamos. Una ha pensado que una función cumplen estas iglesias, que con tanta gente sola, que con tanta gente innecesaria, tanto sin futuro, tanto trabajo basura, un grupo que te necesita y te hace cantar, vale. Y hasta dice «amor».

Así anda una de desprevenida.

Me invitaron en estos días a participar de la Feria del Libro de Neuquén con mi novela «Me enamoré de una vegetariana». Era muy atractiva la invitación porque incluía dos charlas: una con maestras, la otra con alumnos. Nada mejor.

«Me enamoré de una vegetariana» salió el año pasado y cuenta la historia de Martina y Aldana, dos chicas de secundaria que parece que se van a enamorar o por lo menos se van a besar bastante. O mejor: Martina cuenta la historia de Aldana, que llega a la escuela en septiembre -¡en septiembre!- y habla raro: pronto nos vamos a enterar de que viene de España, es argentina, hija de una pareja que se fue con la crisis de 2002 y volvió con la crisis en España más o menos una década después. Odia estar acá, lejos de su Sitges, de sus amigas, de su novio Elías. Ha rechazado siempre esa nostalgia de sus padres por la Argentina: es en contra del asado en Barcelona escuchando la Rock & Pop por internet que se ha hecho vegetariana. Así se define; si le preguntan cómo es ella, Aldana dice «vegetariana». Y está diciendo bastante.

De modo que hacia allí fui con mis chicas, que ya ruedan por los colegios del país, y todo parecía tranquilo. Lunes 9 AM, yo venía prendida a la radio porque habría anuncios desde Olivos -se demoraron- y los alumnos llegaron. Unos con buzos rojos y otros con buzos celestes. Los rojos, dijeron, del «Sagrado Corazón». Los celestes del «A.M.E.N», un ingenioso juego de palabras que incluye el final de las plegarias, la sigla de la Asociación Mutualista Evangélica Neuquina y, albricias, el verbo «amar». Me sorprendió, la verdad, que fueran dos colegios religiosos los invitados justo a esta charla, que di con el pañuelo verde al cuello. Lo dije. «Somos laicos», gritaron desde el fondo de la sala varios buzos rojos.

Arrancamos.

Los primeros 15 minutos, más o menos, no pasó nada. La presentadora presentó, yo conté la trama, los chicos preguntaron cosas como por qué había querido escribir para adolescentes. Lo de que fuera una pareja del mismo sexo para ellos -dijeron- no era nada. No pasaba nada. Tal vez, como yo, no se habían enterado de que «eso» sí seguía siendo un tema.

Pero entonces charán… una mujer entró, le dijo algo al oído a la coordinadora, que se dio vuelta, yo diría que molesta, y anunció que los chicos del A.M.E.N debían retirarse. Los chicos se miraban: «¿En serio?, ¿En serio?», decía uno a un metro de mí. «¿Por qué?» Les dijeron que tenían prueba en un rato. Los alumnos lo desmintieron. No estaban contentos. «Quédense tranquilos, no se puede tapar el sol con un dedo», les dije cuando se iban.

Nos reacomodamos, nos sentamos -ahora que éramos pocos- en un círculo, la charla siguió. Pero para los chicos del A.M.E.N el incidente no había terminado. Así que al final de la actividad empezaron a aparecer, en grupos de tres o de cuatro. Se disculpaban conmigo, estaban avergonzados, se hacían cargo. «No es contra mí», les dije. «Es contra ustedes». Varios me trajeron los libros para firmar: habían aprovechado la expulsión para encontrar «Me enamoré… » en el stand, porque -se sabe, se sabe, se sabe- nada intriga más que lo prohibido.

Y en Instagram un ex alumno -@nosoymarlonbrandon- contó su sufrimiento en la institución. «Yo soy ex estudiante del AMEN. Soy gay y si puedo afirmar que cualquier tipo de persona que parezca ser ‘distinto’ al dogma que ellos quieren encapsular se las hacen cobrar».

Podría argumentarse que los padres que mandan a sus hijos a una escuela que se dice Bautista es porque quiere que les muestren una parte del mundo y que les tapen otras. Que les hagan sentir -hola @nosoymarlonbrandon- cuánto sufrirán si no son como allí se predica. Podría pensarse que son cristianísimos, digo, sin entrar en consideraciones sobre cuánta quema de brujas, cuánta picana en la Dictadura, cuánto niño robado y cuánto abuso infantil tolera ese dogma.

Pero ni siquiera es así.

Me tocó conocer -en esta veloz visita a una provincia rica por el petróleo, con más inmigrantes que tradiciones- a algunos padres del A.M.E.N. No me hablaron de cristianismo sino de días de clase y acceso a la cuota. Los gobiernos mantienen un conflicto permanente con los docentes y han decidido que ni una gota de las regalías del oro negro se deposite en los blancos guardapolvos. Los maestros reclaman, paran: los días sin clases se suman. A veces, me cuenta un periodista neuquino, los padres cambian a sus hijos a las escuelas privadas aunque estén de acuerdo con los maestros, porque tienen que resolver la vida cotidiana.

Así, mientras cuenta peso por peso del sueldo de los maestros, el Estado subsidia escuelas privadas que, como en este caso, son confesionales y que, gracias a esta plata de todos, terminan siendo accesibles. Las promueve, si uno se atiene a los hechos.

Después de que sacaron a los chicos de una charla sobre el amor de dos mujeres, alguien me dijo también «valores». Una escuela que además de currícula ofrece «valores». ¿Cuáles? Con lo de la Feria del Libro y lo de @nosoymarlonbrandon están a la vista.

Esos valores no harán más felices a los alumnos, los harán sufrir más. No son mejores que los míos, son peores.

*Patricia Kolesnicov es escritora y periodista, editora de Cultura en Clarín, autora de Me enamoré de una vegetariana, No es amor y biografia de mi cáncer.

http://www.patriciakolesnicov.com

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