Nicolás Oyarce: “Queremos cambiar la heteronorma con amor”
Artista visual, profesor y activista, es uno de los fundadores del festival de cine LGBTI Amor, que va por su tercera edición. Dice que Chile aún es muy conservador pero que algunas cosas empiezan a cambiar: “Me gusta mucho cómo la gente se está empezando a defender”.
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Por Airam Fernández
Fotos: Karin Yunge Lehner
Nicolás Oyarce estuvo durante toda la marcha por el Orgullo, el sábado pasado, con un cartel enorme que decía “La revolución no tiene fronteras”. Lo hizo para una manifestación del día anterior, al frente de la embajada de Estados Unidos en Santiago de Chile, justo cuando estalló el escándalo de los miles de niñxs separadxs de sus familias migrantes en la frontera entre México y EEUU. Y le pareció apropiado celebrar el Orgullo con la misma pancarta, porque además de artista visual involucrado en el mundo del cine y profesor, también se considera activista. Y fue parte del equipo del Festival Amor, que co-fundó con Sebastián Inostroza y Gabriela Sandoval y que hace un par de semanas cerró su tercera edición, con un episodio de censura incluido. ¿Por qué se llama Amor? “Precisamente porque es amor lo que hacemos para cambiar este mundo heteronormado”, dice Oyarce. En su trabajo audiovisual, la estética queer casi siempre está y se mezcla con las políticas transfeministas. Se nota en Naomi Campbell, una película de Nicolás Videla y Camila José Donoso donde trabajó como director de arte para contar la historia de una tarotista trans que quiere hacerse una reasignación de sexo. O en el videoclip que dirigió hace poco para la canción ‘Fuego’, de la artista Alex June, que desborda sensualidad y promueve los cuerpos libres.
-¿Cuál crees que es el aporte más valioso del cine chileno al contexto LGBTI local?
-El cine es un gran generador de estereotipos. Mientras más se desarrolle cine con diferentes sistemas de producción, el imaginario común se irá expandiendo y diversificando. Actualmente la teoría queer está de moda y para mí es fascinante ver cómo una teoría de la anormalidad se ha ido convirtiendo en un objeto de glamour académico. Cómo se lleva a cabo esa práctica política dentro de espacios de discusión como el festival que creamos, es otro aporte.
Pintura de Elías Santi.
-Con el nuevo gobierno de Sebastián Piñera, ¿cómo ves el panorama en derechos para la comunidad?
-Lo encuentro difícil, sobre todo con la ley de identidad de género pero por otro lado también me gusta mucho cómo en Chile la gente se está empezando a defender. Porque estamos hasta el cuello. No quiero ser pesimista porque en realidad yo suelo ser bastante positivo ante la vida, pero veo que ahora todo será un poco más difícil para nuestra comunidad. Hace poco, en el Festival nos censuraron un documental que se iba a proyectar en una sala de Providencia, una comuna donde manda la derecha, pero como en principio nos apoyaron, pensamos que un cambio era posible. Y la verdad es que acá en Chile las cosas no han cambiado tanto como se cree, hay mucho doble discurso. Pensando en leyes, nuestro movimiento debería ser capaz de jugar de manera más estratégica frente a las realidades sobre políticas de integración de gays, lesbianas, trans e intersex.
-¿Cómo fue tu salida del clóset?
-No tuve ni un problema, ni porque crecí en dictadura. Yo nací en los 80, soy gay desde muy chico, siempre fui queer, era un niño muy raro, tenía novios, novias, muy gender fluid. Pero vengo de un entorno súper abierto, mi mamá es artista y siempre estuve inmerso en un imaginario queer y de poliamorosidad. Si bien me crie en Chile, pertenecía a una comunidad “sannyasins”, éramos seguidores de Osho, meditábamos, bailábamos todos los sábados a las 7 de la tarde. Un entorno muy especial que en realidad era una burbuja en medio del caos. Fue la manera que resolvieron mis papás de vivir una época tan difícil, crearon una burbuja creativa como la película La vida es bella, donde el padre se inventa toda una ficción para proteger a su hijo de un calvario. Entonces yo tuve esa suerte y nunca sufrí. Recuerdo que me encantaba que la bandera del “No” (la campaña del plebiscito de 1988) fuera como la bandera gay. En los 90, cuando llegó la democracia, mis papás y yo salíamos a la calle con esas banderas, muy felices. Y nunca me voy a olvidar de que un vecino se la quitó a mi papá y se la rompió, fue una escena impactante para mí. Esas cosas, de otro modo, siguen ocurriendo.
-¿En qué proyectos estás trabajando ahora?
-En este minuto estoy en una película que se llama Las Demás, es una comedia sobre el aborto dirigida por Alexandra Hyland. Acabamos de terminar de rodar en Valdivia una película que se llama Los Fuertes, dirigida por Omar Zúñiga, un drama gay de pescadores. También estoy trabajando en la segunda activación de un proyecto que se llama Museo del Hongo y en un proyecto transmedia de difusión y resguardo del patrimonio audiovisual y de videoclips, que tiene mucho que ver con una pequeña escuelita que co-fundé llamada Escuela de Videoclip de Chile, desde donde también estamos investigando mucho. Soy profesor en un taller de especialización en dirección de arte para cine del Instituto de Comunicación e Imagen de la Universidad de Chile. Y por supuesto, también pensando en el festival Amor del próximo año, como una de las maneras que encontré de marcar mi tiempo en este planeta y hacer ruido.
-Adoro abrir la discusión sobre lo que se puede entender por discurso queer en el universo audiovisual. Entender puntos de vista, enfoques sobre lo que es el cuerpo y el deseo, pone en evidencia muchas veces el uso sexista y misógino del lenguaje visual. En mi caso, la idea de lo queer es una bomba que precisamente explota desde la estética. Pero hablar sobre los métodos queer dentro del audiovisual es proponer métodos de subjetividad. Me gusta la idea de proyectar en el tiempo y el espacio una idea de terrorismo visual, donde se planteen nuevas preguntas constantemente. Es un poco lo que históricamente ha pasado. Para mí, el gran referente del imaginario queer local viene de la época de la dictadura con las Yeguas del Apocalipsis (Pedro Lemebel y Francisco Casas) y siempre han influido mucho en la estética queer en general. Pero lo que ocurre con la industria local es que en aquella época había mucho control de lo que se registraba, lo que se mostraba, lo que existía, mucho de eso se quemó. Entonces hay un gran vacío histórico de registro. Obviamente ha habido un cambio en formatos, discursos, narrativas, pero hay poco registro de eso.
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