Fútbol y publicidad: la élite de los irresponsables

Al fútbol y a la publicidad, en los últimos (por lo menos) 20 años de historia, no les pasó nada. Ninguna fuerza social, ningún avance normativo, ningún giro y sobre todo, ninguna simulación. Son dos zonas poderosísimas de la sociedad que no necesitan siquiera fingir adecuación o asumir compromisos públicos.

Por Franco Torchia  Hoy amanecí en taxi. Sonaba el programa de radio de Ernesto Tenembaum, “¿Y ahora, quién podrá ayudarnos?”, en Radio Con Vos. Justito, el conductor confesaba no haber visto “el spot”. A esta altura, el video institucional de la señal deportiva TyC Sports por el inminente comienzo del Mundial de Fútbol de Rusia 2018 es “EL” spot. El único. Por eso, en el ciclo pusieron al aire el audio de esa pieza publicitaria y procedieron al debate. Expusieron todes los profesionales menos Gustavo Grabia, el periodista especializado en deportes (y hasta donde entiendo, enfáticamente dedicado desde hace tiempo ya a la investigación sobre barras bravas, conexiones políticas y violencias en los estadios argentinos). El silencio de Grabia -integrante de un show del canal en cuestión y señalado hace días por haber revelado al aire nombres de víctimas de abusos sexuales en un club de primera división- colabora con una interpretación posible, horas después del delito cometido por las empresas responsables de la producción del aviso. Al fútbol y a la publicidad, en los últimos (por lo menos) 20 años de historia, no les pasó nada. Ninguna fuerza social, ningún avance normativo, ningún giro y sobre todo, ninguna simulación. Son dos zonas poderosísimas de la sociedad que no necesitan siquiera fingir adecuación o asumir compromisos públicos. Cuando bajé del taxi, recordé una categoría que Umberto Eco acuñó en Apocalípticos e integrados. Como ese trabajo, como Umberto Eco, como el fútbol y como la publicidad, apelé al pretérito perfecto, al tiempo muerto, a 1964, a la antigüedad: Eco utiliza allí la expresión “élite de los irresponsables”. ¿Quiénes la integran?

Decir lo que sea y sin consecuencias

Salió el sol en Buenos Aires y me sentí por ende cargado de licencias: bueno, me dije, a la “élite de los irresponsables” la deben integrar los futbolistas, casi todos los publicistas, Tévez y la muñeca torcida de su hijo varón; Fuerte Apache sugerido como campo de concentración checheno para ese niño; TyC desestimando el año pasado las denuncias sobre violación que hicieron dos chicas contra estrellas de Boca Juniors; Lionel Messi instigando al resto del Seleccionado a dedicarle en el vestuario la clasificación para el campeonato mundial “a los putos periodistas” y Gustavo Grabia otorgando al callar; alzando la voz para denunciar a Pablo Moyano en Independiente y en mutismo total ante estos crímenes de la comunicación pública. Ellos son quienes, creo, gozan del beneficio de la irresponsabilidad y habitan una comunidad lingüística sin restricciones. Decir lo que sea y sin consecuencias (borrar el spot no implica consecuencia efectiva ni mucho menos, condena). La ficción tampoco tiene restricciones, pero si algo le ha ocurrido a la literatura y al cine con sus actas de defunción, es que esos decesos le vienen decretados por la propaganda, en cualquiera de sus soportes.

Mala praxis y sueltos

Sthéphane Mallarmé en “Un golpe de dados jamás abolirá el azar” (1897) rompió la lengua; la multinacional publicitaria McAnn no. La publicidad es, de base, la muerte de toda posibilidad de explotación liberadora del lenguaje, en tanto y en cuanto siempre tiene que decir algo. Antes, durante o después, el mensaje publicitario está atado una mención obligatoria, exhortativa y orientadora. Es por esta razón que “decir lo que se les canta” no aplica. No pueden ni deben, como sí puede la poesía. Y es precisamente entonces porque no están amparados en el desamparo de la literatura que deben ser sometidos a proceso. Mala praxis, pero allí están y estarán, sueltos.]]>

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