Transfemicidio en Santa Fe: su barrio la llora y pide Justicia por Cuqui Bonetto

El jueves a la madrugada Adriana Bonetto fue asesinada en su casa en Rincón, Santa Fe. El principal sospechoso es un hombre con el que mantenía una relación desde hace varios meses. Familiares y amigos de la mujer trans piden justicia y organizan una marcha para la semana próxima.

9 de febrero de 2018
Soledad Mizerniuk y Victoria Rodríguez
Edición: María Eugenia Ludueña

Por Soledad Mizerniuk y Victoria Rodríguez, desde Rincón, Santa Fe

El miércoles, Adriana Cuqui Bonetto, una mujer trans de 45 años, se despertó temprano, como de costumbre. Le dio de comer a sus siete perros caniche, los mimó y se despidió. Salió en moto de su casa en el barrio Los Espinillos de San José del Rincón -a 7 km de la ciudad de Santa Fe- para ir a trabajar. Fue la segunda trans de la ciudad que a partir de la Ley de Identidad de Género hizo el cambio de DNI. Hacía varios meses, desde que dejó un puesto en un geriátrico de la zona, que cuidaba a un abuelo en Colastiné Norte, un barrio a un par de kilómetros de su casa. Volvió a la tardecita y se sentó en el patio a jugar con sus perros. Eran como sus hijos. Después se acercó su ahijada Sofía Mansur para tomar unos mates y charlar. “Su vida era cuidar a sus caniches y trabajar”, dijo su ahijada a Presentes. A la noche, cada una se fue a su casa. Sofía, su mamá -“que es la hermana de la vida de Cuqui”- y el resto de la familia viven al lado de la casa de Adriana. Cerca de la medianoche, Mayra –una vecina de Cuqui– escuchó ruidos en la calle. Se asomó por la ventana y vio cómo entraba a la casa acompañada de un varón. El hombre tenía la cabeza tapada con una capucha. Aunque no pudo verle bien la cara ni saber su nombre, no era la primera vez que lo veía llegar. Hacía como un año que la visitaba. Cuqui era reservada con esa parte de su vida y nunca comentó nada sobre él. “Unas horas después, yo estaba con Mayra y escuché algunos ruidos en la casa de Cuqui, al principio no parecía nada muy llamativo. Pero al rato escuchamos que azotaban el portón de la casa y vimos como el tipo se iba rápido en la moto”.

Cortes en la cara, el cuello y el pecho

Cuando salieron a la calle -contaron a Presentes- vieron que la puerta de la casa estaba abierta y que los perros también habían salido. Eso era aún más extraño. El interior de la vivienda estaba oscuro. Llamaron pero Adriana no contestó. Entraron despacio por la cocina comedor y llegaron hasta el único dormitorio. “Apenas entré vi sangre en el piso. Así que grité para que nadie más entrara y llamamos a la policía”, contó Mayra. Y agregó: «por lo que pudieron ver más tarde, Cuqui tenía muchos cortes en la cara, el cuello y el pecho». La comisaría está a cinco cuadras de la casa. Los agentes llegaron rápido. Entraron al dormitorio y encontraron a Adriana desnuda, tirada al lado de la cama en posición fetal y abrazada a una almohada, tapada con una sábana amarilla. “Si hubiésemos ido cuando escuchamos los primeros ruidos, quizás la podríamos haber salvado”, se lamentó su ahijada. En el lugar trabajó personal policial de la Comisaría de Distrito 14° y de la sección Homicidios de la Policía de Investigaciones. El caso quedó en manos de la fiscala de Homicidios Ana Laura Gioria.

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Mayra y Sofía contaron que el victimario se llevó la moto, el celular y otras pertenencias de Adriana. También vieron prendas ensangrentadas en una de las piletas de la casa, por lo que suponen que el asesino se higienizó después del ataque.
Fuentes judiciales dijeron a Presentes que no lo están investigando en este momento como un crimen de odio, a pesar de la saña que destacaron las primeras testigas a este medio.

El barrio organiza una marcha por Cuqui Bonetto

Lxs vecinxs de Los Espinillos se conocen todxs. La mayoría, como Cuqui, hace más de 10 años que vive en la zona. Se cuidan y se ayudan. Hoy ninguno sale de la sorpresa por lo que ocurrió. Ya empezaron a organizar una marcha para la semana que viene. Exigen el esclarecimiento del crimen.
“Yo quiero justicia. Voy a remar hasta conseguirlo. Yo lo quiero bajo reja al tipo ese. Ella no se merecía una cosa así”, aseguró Sofía. Agregó: “Que le hagan esto por plata no se entiende. Ella era una mujer humilde que se rebuscaba la vida”.
“Soy así de simple”, se presentaba en su perfil de Facebook. Y así es como la describen quienes la conocieron. Reservada, amiga de fierro, trabajadora, de buena mano para las plantas y la cocina –sus empanadas fritas hacían agua en la boca de toda la cuadra– y madraza no solo con su familia del corazón sino también de sus perros (los caniches que malcriaba a puro helado y caricias).
Desde la plaza principal de Rincón, la calle de tierra se afina y llega a convertirse en un camino que se esfuma en el reservorio, a metros de donde Adriana vivía. Su cuadra es cortita y las viviendas están lo suficientemente cerca para ver y oir sin pudor la intimidad detrás de las puertas. Desde la esquina de Juan de Garay e Inés Álvarez puede verse la fachada rosa chicle de lo que fue su hogar de toda la vida. Delante tenía el alambrado de rombos por seguridad. Pero, como en la mayoría de los femicidios y travesticios que ocurrieron en Santa Fe, el asesino entró de su mano.
Durante años hizo innumerables turnos y guardias de 24 horas en el geriátrico donde trabajaba, para reemplazar las paredes del ranchito de paja y chapas con ladrillos más sólidos. Hasta se compró una puerta de aluminio blanca, preciosa, para la entrada principal. En el patio, una decena de plantas colgantes llenaban de aire puro el alero donde se sentaba a matear. Fabián Ramírez, uno de sus amigos, recordó ayer que en una época tenía gallinas en el piso en el piso de tierra y un par de loros bajo techo.
Quedan por algún rincón sus alhajeros, llenos de joyas de fantasía y maquillaje, resabios de una época en la que tenía más salidas sociales. Ahora llegaba tan cansada a la noche, después de trabajar todo el día, que solo pensaba en sentarse un rato, comer y dormir. Igual estaba contenta, porque hacía poco tiempo había podido cambiar su motito por una nueva, la que se robó su asesino.
Ayer, sentados en ronda en el patio contiguo al suyo, sus sobrinos postizos esperaban que terminara la autopsia y trasladaran su cuerpo, para despedirlo en la sala de velatorios, a la entrada del expueblo, cerca de la ruta provincial N°1. Las caras de angustia se aflojaban un poco cuando los más chiquitos de la familia llegaban con las manos llenas de arena, peleando entre sí por un vuelto para comprar “juguitos de manzana”. Pero el dolor pesaba en el aire y el reclamo de justicia también. La marcha en su nombre se está gestando. Ni un travesticidio más. Adriana Bonetto, presente.

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