Effy: entre la performance y la intimidad
Le escribía cartas de amor a Roland Barthes y era fanática de La Sirenita. Podía cenar alfajores y fantaseó con tener un sexshop. Detrás de la imagen avasallante sus performances, había también una persona frágil, caprichosa, con sus mañas y sus anécdotas. Sus padres, amigxs y compañerxs la recuerdan en este retrato coral.
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Le escribía cartas de amor a Roland Barthes y era fanática de La Sirenita. Podía cenar alfajores y fantaseó con tener un sexshop. Detrás de la imagen avasallante de sus performances, había también una persona frágil, caprichosa, con sus manías y anécdotas. Sus padres, amigxs y compañerxs la recuerdan en este retrato coral.
Por Lucas Gutiérrez Fotos: Archivo personal de Effy y Leticia Avila
Effy cortándose los brazos en escena. Effy caminado por la Marcha del Orgullo con unas tijeras de podar y su miembro al aire. Effy escribiendo con su sangre. Effy pidiendo que la dibujen. Effy interpelando y problematizando el género. La performer trans Elizabeth Mía Chorubczyk, Effy, dejó un legado artístico que aún nos interpela y del que se seguirá hablando por mucho tiempo. Pero también fue hija, amiga, novia y más, quienes hoy la recuerdan con anécdotas. Al iniciar su transición, alguien le dijo: “nunca serás mujer porque no menstruás”. Effy extrajo medio litro de sangre de su cuerpo y lo repartió en trece “menstruaciones performáticas” que mes a mes realizaba. Y ahora la podemos ver en los registros que la muestran dejando caer esta sangre por su órgano más fértil, su cabeza. Fuerte e intimidante en escena, en el cotidiano pedía ayuda para interactuar con la gente. Ella también era esas contradicciones.
[LEÉ TAMBIÉN: #Libros: Que el mundo tiemble, memorias de Effy]
Cuando con su pareja de entonces, Laura Gam, hicieron una foto en la que digitalmente intercambiaban su genitales, pensamos que esa era su intimidad. Pero tres días después del suicidio de Effy hubo una reunión para homenajearla en el Centro Cultural Tierra Violeta, y Laura la mostró allí aún más desnuda.
“A Effy le encantaban los alfajorcitos Jorgito, los del paquete violeta. Ni los rojos, ni los verdes ni los azules, sólo los violeta. Cada vez que ella abría la heladera de mi casa y los veía yo tenía que amenazarla para que no se los comiera de a cinco a la vez, porque lo que seguía a eso no era solamente que luego no quería cenar, sino un terrible dolor de estómago que sólo se le calmaba cuando yo le ponía sobre su lengua una gotita de Pink Yarrow (una de las flores de Bach)”.
Gestos
En otra performance, pedía dibujarla para problematizar el tema de las feminidades. Pero donde hubiera lápiz y papel, Effy trazaba algo,y lo regalaba a quien estuviera con ella. Por eso le gustaba ir a cenar al restaurante ‘Las Cabras’ dónde el mantel es de papel y se puede dibujar con crayones. Por eso es que todxs tienen guardados algún dibujo de ella o alguna frase.
En el cumpleaños de su madre, Dori, le dejaba pistas por todos lados para llegar al regalo. Otra vez le pidió que confiara en ella, le vendó los ojos y la subió a un taxi. Fueron juntas al Malba a disfrutar una de las películas favoritas de Dori.
Sirena
A los ocho años se apropió de la cámara familiar. Hay fotos de esa infancia y en todas lo mismo: unx niñx cámara en mano. A los once años tomó un curso de caricatura. Conocimiento que varios años más tarde, volcó en el cómic TRANSita dónde con humor ácido cuenta sobre su transición. En las cajas de recuerdos entre fotos viejas y caricaturas que van de Mercedes Sosa a Madonna se completa el recorrido de esta artista, incluso antes de ella misma.
Dori confirma lo que ya se sabe (“podía cenar un paquete de galletitas Melba”) y muestra una colección de adornos de sirenas de Effy. Ella era fanática la película ‘La Sirenita’ y sabía de memoria la canción “Pobres almas en desgracia”. Las sirenas eran su metáfora personal. “De pequeñx tenía tan sensible la planta de los pie que no podía pisar arena, ni pasto y ni hablar de que le cortaran las uñas”, cuenta su madre.
Manías y regalos
Bocha, su papá, la recuerda protestando porque no iba a comer si los colores de la comida en el plato estaban mezclados. “Salvo que tuviera boloñesa, en ese caso no importaba nada porque a ella esta salsa le encantaba”.
Padre e hijx tuvieron momentos duros: “Cuando quería ignorarte era terrible. Pero cuando ella llegaba y yo estaba mirando la televisión me pedía que me parara para darle un abrazo”.
Seis meses antes de irse, le dejó un regalo: armó el árbol genealógico del lado de la familia Chorubczyk. Visitó y contactó a primos con quienes hacía años que no hablaban, reconstruyó y creció esas ramas nuevamente. Le dejó eso y una fascinación por Tarantino. Siempre iba a ver juntos a ver sus películas.
Poneme un sexshop
Le costaba sociabilizar. Una vez le dijo a su padre que debía ponerle un sex-shop. Era el trabajo ideal: poca exposición y no mucho contacto. Pero seguramente se la hubiera pasado interpelando y preguntando de todo a la clientela y de ahí habría sacado material para alguna de sus performances.
Los libros que Effy devoraba hoy están en casa su madre Dori. Adentro de “La cámara lúcida”, de Roland Barthes, hay una carta. En una carta de amor de Effy a Barthes donde le describe (a un filósofo que murió 9 años de que ella naciera) el romance que habrían tendio.
Además de libros de arte, obras y novelas, en su rincón se podía encontrar un CD de Lana del Rey y música de Lady Gaga.
“Cuando pienso en Effy la pienso como activista, me resulta un ejercicio difícil recordarla fuera de sus performances o intervenciones. Esto no significa que ella viviera en una pose artística las 24 horas: para mí Effy-artista y Effy-humana están enhebradas. Effy-artista crea un lenguaje con el que Effy-humana habla”, dice Matías Máximo, quien, junto a María Julia Prut y Dori, compiló el libro con toda su obra. (link: http://libros.unlp.edu.ar/index.php/unlp/catalog/book/654)
Juegos
Cuando visitaba a su amiga Maria Julia, Effy caía con facturas cargadas de dulce de leche, pero enseguida se iba a la pieza de Valentina, su hija de 9 años, a pintarse las uñas. Porque podía problematizar el maquillaje y el rol de la feminidad, pero esos juegos la fascinaban. Como cuando le pedía a su compañera Victoria Sequera que le pintara las uñas de azul, para después maquillarla y sobremaquillarla. “La pasábamos muy bien haciendo tonterías y yo me derretía de verla sonreír así, que se le hacía un toldito con el labio de arriba y tiraba la cabeza para atrás”, recuerda.
Volver con lluvia
El 8 de marzo pasado, en la marcha del Paro Internacional de Mujeres, Sequera perdió su billetera. Allí tenía una carta que Effy le había escrito para su cumpleaños en 2014. Quién la encontró contactó a los amigos de Effy y armó cadena hasta llegar a la devolución. La billetera apareció en medio de la lluvia, porque desde que Effy se suicidó siempre vuelve con lluvia. Cuando el coche fúnebre se llevó ese nombre por el que tanto luchó, se la llevaba bajo el agua de un cielo gris. Cuando en el cementerio descubrieron su placa, llovía. Cuando en el Museo de la Cárcova se hizo una muestra con su obra, se desató una tormenta.
Cuando yo no tiemble
Fiel a su estilo, Effy dejó consignas antes de irse. Organizó su obra perfectamente archivada en su computadora y además dejó una foto de perfil en redes sociales diciendo cómo seguir. Tres días antes del 25 de marzo final, en un casamiento, le pidió a su madre que le sacara una foto. Effy tenía muchas fotos de performances, otras tantas tomadas por artistas, pero pocas de ella así, simplemente ella. “Quiero una que te guste mucho mirar”, le dijo y la subió a su Facebook.
“Me pareció raro porque no se dejaba fotografiar en su vida civil, pero era una señal más que me dio ese día. Como cuando en el casamiento me abrazó, lloró fuerte y dijo: ´mamá me voy’. Y yo le dije que no se fuera del casamiento. Pero me anunciaba que se iba de nosotros”, recuerda Dori, sentada entre libros, fotos y dibujos de Effy.
Otra de sus pistas fue el epígrafe de esa foto que aún sigue como perfil de su cuenta de Facebook: “Que el mundo tiemble cuando yo no tiemble”.
Como explicó a este cronista en una entrevista, firmaba sus obras como effýmia porque: “Effy es apodo de Elizabeth, Mía es mi segundo nombre y al unirlos en ´effýmia´ sonaba a bulimia o anemia, algo clínico. Decidí que sea en minúsculas siempre para que no sea mi nombre, mi nombre es Elizabeth y quería poder diferenciarlo de mi práctica artística donde no es que creo un alter-ego o personaje sino que genero un impulso, una forma de ver la vida, de verme a mí misma”.
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Que puedo decir
La extraño y es difícil la vida sin ella. Gracias Lucas y cada persona que nos la trae en notas como estas. Gracias por permitirle cada tanto decir presente y por tenerla viva una vez más. Los abrazo. Dori