Elles

Antzin, 74 años.

Antzin, dice que no sigue reglas “absurdas”. Durante la pandemia buscó la manera de cruzar los listones amarillos que impedían el paso a parques públicos porque para ella es “impresindible” ver, caminar y respirar junto a los árboles. Tiene 74 años, pelo chino y cano y su voz es calma.

Antzin es viajera. Echa cuentas y dice que lleva 15 años “espaciados” viajando a distintos países de Asia para aprender diferentes técnicas de meditación y masaje. Además, viajar le ha ayudado a construir una de sus mayores virtudes: hacer amigos; “fortalecer, construir y cultivar” esas relaciones.

Cuando la pandemia de covid-19 azotó al mundo, Antzin volvía de China. Conforme se fue cerrando la Ciudad de México y la distancia entre las personas, los ingresos de Antzin se acabaron. Ya no pudo hacer masajes y tampoco dirigir sesiones de meditación en grupo pero por fortuna sobrevivió de sus ahorros y del apoyo monetario que recibió de sus amigues y eso le enseñó a invertir económicamente “en lo básico”.

Alfie, 71 años.

Alfie es ciclista. Tiene los ojos azules y en momentos la luz se los colorea de gris; su voz es aguda y reservada. Es una persona no binaria de 71 años y con orgullo se presenta diciendo su pronombre: elle. Y advierte, “prefiero que se equivoquen con ella a que me digan él y me lean como macho”.

A Alfie no le gustan las multitudes y el encierro de la pandemia no supuso para elle un obstáculo. En la privacidad de su casa aprovechó para leer más, escuchar más música y ver más cine, eso sí, no de zombies porque esas historias las detesta. No porque le asusten sino porque le parecen malísimas.

Pese al goce de su soledad y mi insistencia por saber si hubo algo que quiso hacer y no pudo durante el encierro, Alfi confiesa que extrañó ir a bailar al Jardín del Adulto Mayor de Chapultepec.

Juan Carlos, 67 años

Juan Carlos es un hombre homosexual de 67 años. Es fotógrafo, diseñador gráfico y cantante; actualmente trabaja en el Instituto de Astronomía de la UNAM y en los años setenta fue integrante de los primeros colectivos de lucha LGBT del país.

Fue en Japón donde descubrió su pasión por la foto. En 1978 viajó con el coro que acompañó de gira al Ballet Folklórico de Amalia Hernández, y allá compró su primera cámara, una Canon Ftb con la que tomó sus primeros paisajes y escenas nocturnas. Desde entonces la foto de viaje es de sus preferidas.

Sin embargo, la llegada de la pandemia de cebó la posibilidad de desarrollar su pasión y pese a tener boleto en mano Juan Carlos cuenta que no fue difícil asumir que los viajes iban a esperar, pues dice “lo importante era quedarse en casa”.

Juan Carlos se sabe afortunado. Conservó su trabajo y lo pudo hacer desde casa, un modelo en el que dice ser más productivo. A su vez, el encierro le reveló lo valioso que es valorar, cuidar y fortalecer el hogar que construye junto a Jorge, su pareja

Korina, casi 60

Korina tiene “casi 60” años, es morena, usa lentes y es vivaracha. Ha trabajado casi toda su vida en la industria restaurantera, principalmente en bares; es numeróloga, quiromancista y se prepara como lectora de runas.

Korina es testiga del nacimiento, consolidación y crecimiento de Vida Alegre, la primera casa de día para personas adultas mayores LGBT+ en América Latina, un proyecto ideado por Samantha Flores, de quien es amiga.

La pandemia obligó a que Vida Alegre cerrara sus puertas. Korina y el resto de las personas que lo frecuentaban se quedaron sin un espacio de convivencia y acompañamiento. Sin embargo, estuvieron relativamente cerca gracias a un grupo de Whatsapp que abrieron.

Korina enfermó de covid, pensó que no la libraba y al mismo tiempo nunca se sintió sola.

Mario, 69 años

Mario es bajito de estatura y cuando habla su voz es fuerte. Creció en un barrio popular de la Ciudad de México donde la nula educación sexual y la violencia de su entorno le impidieron poner en palabras su identidad de género.

Tuvieron que pasar 56 años para que esa certeza que permaneció tanto tiempo en el plano onírico saltara a la realidad el día que se hizo visible y dijo “los hombres transexuales existimos”.

Actualmente Mario tiene 69 años y lleva 13 viviendo en plenitud lo que siempre ha sido, un hombre. Es pensionado y trabajó la mayor parte de su vida en el Sistema Penitenciario.

Al llegar la pandemia, Mario decidió cuidar su salud y se aisló, junto a su esposa Diana, en un terrenito de Hidalgo junto a su esposa Diana, donde construyeron una cabaña.

Diana, 59 años

Diana tiene 59 años, la luz del sol le ilumina de dorado su cabello, su voz es pausada y suave. Cuando era niña Diana ya tenía certeza de quién era pero le fue difícil poner en palabras y esa sensación la llevó a recluirse en sí misma; lo que hoy dice que define su personalidad tímida.

Es ingeniera mecánica electricista y fue en su vida adulta que se dio cuenta que no podía ignorar por más tiempo su propia certeza, pero sentía que para poder vivir plenamente su identidad de género debía renunciar a todo y empezar de cero.

Para entonces Diana ya se involucraba en los primeros grupos de personas trans de la Ciudad de México que se reunían en el Parque Hundido.Y fueron aquellas reuniones entre personas trans lo que le dieron la fortaleza necesaria para ser ella misma.

En la historia de Diana la resiliencia es clave. La pandemia fue un golpe duro para Diana, perdió a su padre y tuvo que reforzar el aislamiento físico para no vulnerar su salud. Sin embargo, este tiempo de pandemia le brindó la oportunidad de soldar la herrería de la cabaña que construyó en Hidalgo junto a Mario.

../