La sociedad tiene una gran deuda con las personas VIH+

¿Es el día de la lucha contra el VIH o el día de la acción? El periodista y activista Lucas Gutiérrez narra nuestro fracaso como sociedad respondiendo al VIH.

Por Lucas Gutiérrez

Foto: Pablo Gómez Samela 

¿Es el día de la lucha contra el VIH o el día de la acción? Esa parece ser la pregunta cada vez que se acerca un 1ero de diciembre. Decir lucha me parece que es algo muy beligerante: construye esa narrativa de héroes y enemigos. Como si fuera una película hollywoodense con mártires y padeceres, romances épicos y arcos narrativos de dolor y de gloria. 

Yo no quiero nada de eso. 

Yo quiero la medicación que me corresponde por ley, por humanidad. Yo exijo la investigación para los mejores tratamientos y una cura. Yo no sé si “batallo”, “lucho”, “bailo” o “sobrevivo”. Solo sé que sin una sociedad con educación sexoafectiva integral una persona VIH+ va a padecer no solo en el cuerpo sino en su cotidiano el estigma y prejuicio. Y si esto es una guerra yo no quiero  que “gane o pierda” un bando, porque esta historia se escribe con la sangre de quienes mueren (física y socialmente) cada día a raíz del VIH y sida. A raíz, tronco, rama y fruto de los Estados y su (nada inocente) burocracia.

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¿Día de la acción? ¿Día de la respuesta? ¡Momento! Se me acaba de ocurrir una mucho mejor: “Día de tapar los otros 364 días de inacción y falta de respuesta”. Ya sé, no es muy marketinero. Pero tendrán que comprender que quienes vivimos con VIH lo hacemos full time. 24/7. 365 días al año. No solo el día que la gente se cambia la foto de perfil por una con un lacito rojo o el día en que los medios comparten alguna cifra y una historia de superación lacrimógena.

Yo estoy furioso 

Se esperaría que hable desde la lástima, que de tanto  escuchar “enfermo” esa palabra haya hecho mella y me predisponga sumiso, pero no. Yo estoy furioso. Y no es una furia caprichosa. Se construye de momentos. Por ejemplo  cuando hace unos meses frente al edificio del que alguna vez fue un Ministerio de Salud en Argentina –hoy devenido en Secretaría- un policía nos dijo: “si están enfermos váyanse a su casa” . Ahí solo pude morderme el dolor y abrazar a una compañera que lloraba.

 Mi furia está escrita en blanco y negro como las hojas de impresora que venimos viendo desde 2016 en las farmacias de los hospitales anunciando algún faltante. Mi enojo se tiñe y ramifica con la espera que me come las defensas mientras espero que pasen los meses para poder realizarme los testeos de carga viral. Análisis de urgencia que me tendría que haber hecho hace tres meses pero quizás me los pueda hacer dentro de dos porque no hay reactivos.

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La genealogía de mi odio tiene base en el Estado que nos prefiere muertos. En un aparato perverso que desde 2016 niega los faltantes que nos desestabilizan, que no abre al diálogo, porque no es diálogo recibirnos en el cadáver edilicio del ex Ministerio para mentirnos en la cara y prometer que harán su trabajo.  Entonces, ¿qué esperan de mi cuerpo bichoso este primero de diciembre? ¿Lacitos rojos e historias de superación? No. Mi cuerpo es un terreno de denuncia. Y no es una guerra. Esto es una masacre. Nos matan física e identitariamente. Personas VIH positivas discriminadas, silenciadas, negadas que día a día dejan de ser sí mismas para convertirse en un lo que el virus les hizo. Y no, no me refiero al virus del VIH, de ese casi ni he hablado en años, me refiero al virus de la indiferencia y abandono por parte del Estado y la sociedad.

¿La cura lo cura todo? 

La sociedad entera tiene una enorme e histórica deuda pendiente con nuestras identidades VIH+. Supongamos que hoy apareciera una cura. Listo. Me vacunan y “me curan”. Pero voy a vivir con la incertidumbre de que el VIH haya regresado. Entonces, solo podremos hablar de cura cuando mi cuerpo haya atravesado 10 o 20 años luego de esa “cura”. ¿Y cómo voy a vivir esos 10 o 20 años? Necesitamos, que ese tiempo sea en una sociedad donde se dialogue sobre el tema, sobre salud pública, sobre salud física, mental y emocional. La cura es una salida colectiva, o no será.

11 años con diagnóstico 

En diciembre de este 2019 también cumplo 11 años de diagnóstico. Lo he bautizado un virus capricorniano (29/12). Así que no se asombren que Virus Y Humanx (VYH) de este signo les compartan textos tan encabronados. Pero así como hay rabia y espíritu tanático también hay mucha vida. Y en ella están todos los logros y abrazos del activismo.

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Hace poco leía una encuesta realizada en Estados Unidos que arrojó como resultado que un 30% de jóvenes los millenials encuestados no se vincularía con una persona positiva. Lo primero que me invadió fue bronca y tristeza. ¿Cómo se llega a esta negativa de compartirnos? 

Sin duda apunto primero al Estado y a su falta de políticas. Pero también nos invoco humanxs y me pregunto si el VIH tiene a la humanidad en su sigla, en su H, ¿Dónde la tenemos quienes vivimos en este mundo?

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Me lo puedo responder en tantos ejemplos de amor y acompañamiento frente al virus (al virus de la indiferencia y el abandono).  Jamás voy a romantizar el VIH y decir “oportuncrisis” como si todo esto se tratara de un powerpoint que mandaba alguna tía por mail en los albores de internet. Pero sí creo que vale la pena decir que en estos once bichosos años he presenciado tanto amor y solidaridad, tantos gestos que construyen universos, que por más cansancio y pesar me genere el cotidiano todavía puedo sonreír. 

Porque si hay algo más viral que el VIH es la gente que se le planta enfrente y activa todos los días del año.

Y así, entre sombras vivo otro 1 de diciembre. Y aunque siempre voy a priorizar el pesimismo (pues virus y yo de capricornio, repito) celebro a quienes hacen del día a día una cura ante todo virus.

Y si hoy la muerte me convocase, antes de pensar en un balance yo solo haría un pedido, un homenaje a quienes me precedieron y un mensaje a quienes me ningunearon: que mi cuerpo no lo entierren, no, que lo tiren delante de lo que alguna vez fue un Ministerio de Salud. Mi cuerpo siempre va ser un manifiesto.

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