Día de la Memoria Trans: “Nosotras también queremos verdad y justicia”

Las integrantes del Archivo de la Memoria Trans cuentan su historia de exclusión, calabozos, y exilio forzado, pero también de alegría y resistencia.

Por Paula Bistagnino

Cualquier mujer trans que hoy tenga más de 40 o 45 años es una sobreviviente. No hay una edad de corte precisa, pero si una historia que las atraviesa a todas: las décadas del 70, 80 y el 90 fueron para ellas años de encierro, persecución y exilio. “Mientras para el resto de la sociedad argentina la dictadura (militar) terminó en 1983, para nosotras siguió 15 años más”, dice María Belén Correa, creadora del Archivo de la Memoria Trans.

Hasta 1998 en la Argentina estuvieron vigentes los llamados “edictos policiales” que –entre muchas otras cosas- penaban el travestismo y la prostitución. “Eran dos artículos que le permitían a la policía, en Capital y Gran Buenos Aires, llevarnos presas por el sólo hecho de salir a la calle con ‘ropa del sexo contrario´´. Esa herramienta de persecución y criminalización nos llevó a una vida de encierro y clandestinidad, que a la vez nos dejó en un lugar de invisibilización en la sociedad”, agrega Correa.

Fue en ese tiempo de resistencia cuando su amiga y compañera de activismo María Pía Baudracco -eran los primeros años de la Asociación de Travestis de Argentina, que luego sería ATTTA- empezó a reunir fotos y objetos para en algún momento armar un archivo que contara su historia. “Hoy, este archivo que no para de crecer, es mucho más que nuestra memoria. Es el punto de partida para construir nuestra verdad y pedir justicia. Para nosotras, que sobrevivimos, y para las que no sobrevivieron. Nosotras también queremos Memoria, Verdad y Justicia”.

María Belén Correa en la Marcha Del Orgullo.

¿De qué hablamos cuando hablamos de memoria trans?

Magalí Muñiz tiene 54 años y es una de las integrantes -y protagonista- del Archivo. Se crió en Tigre, provincia de Buenos Aires. A los 14 años hizo su trancisión. “Pasé por todo: estuve presa, estuve en los calabozos de comisarías, también estuve en la cárcel y en un loquero”, dice.

Para ella, la “memoria trans” es una suma de historias personales e individuales que hacer a una memoria colectiva: “Cada una vivió lo que vivió, pero todas estamos marcadas por los mismos dolores y exclusiones. Porque a todas las que vivimos esa época nos tocó vivir más o menos lo mismo: nos cruzábamos en los cumpleaños, en los velorios, en la ruta, en los calabozos, en el carnaval y el exilio”, dice.

“Lo que no nos sacaron nunca fue la alegría”, dice Ivana Dominique Bordei, que no dice su edad, pero que sí dice que es una trabajadora sexual y una mujer trans orgullosa. Y viaja a su infancia, en Libertador General San Martín, Jujuy, y a esa casa en la que fue feliz hasta que inició su trancisión. “Nuestras historias están todas cruzadas por lo mismo: si vos recorrés nuestra memoria, es un cementerio. Están casi todas muertas. Pero también estamos atravesadas por la alegría y el orgullo de ser quienes somos. Eso nos hizo sobrevivir y luchar y resistir”.

Magalí coincide: “Yo volvería a pasar por todo lo que pasé para ser quien soy”.

Magalí Muñiz y una foto de algún carnaval en los 90.

“El exilio era la libertad de caminar por la calle”

Las fotos del exilio son alegres: se las ve en topless en un lago del norte de Italia, dormidas en un tren local, tomando algo en un bar, jugando con la nieve. “Acá no podíamos hacer ninguna de esas cosas. Porque no podíamos salir a la calle. Si yo salía a ver la nieve acá, ponele, me podían llevar presa. Quedarte dormida en un tren era casi como suicidarte. Hacer topless en un lago una fantasía inalcanzable. En el exilio nosotras conocimos la libertad”, dice Correa.

Carla Pericles tiene 64 años y estuvo más de 20 exiliada en Italia. “Yo antes de irme no sabía lo que era caminar por la calle sin pensar en que podía terminar presa solo por ir al kiosco a comprar cigarrillos”. Además de eso, para ella el exilio fue la oportunidad de reconstruir su propia memoria: y hasta fue en unas vacaciones en España que por casualidad descubrió que había estado detenida en un centro clandestino durante la dictadura militar: “En unas vacaciones en Barcelona me metí en una librería y encontré un libro de Jacobo Timerman que se llamaba “Celda sin número”, algo así. Lo compré. Y ahí descubrí que el “COTI Martínez” había sido un centro de detención, y el escribía que cuando estaba preso ahí, veía “mujeres de vida aireada que limpiaban”. ¡Éramos nosotras! Porque en esa época no teníamos artículo, pero nos llevaban igual: nos levantaban para que les limpiáramos la comisaría. Y no nos dejaban acercar a un patio donde había unas claraboyas de las que salía olor feo. Y no nos dejaban acercar. Leyendo el libro me di cuenta de que era el subsuelo en el que estaban los detenidos”. El “procedimiento” se repetía cada dos o tres días: las levantaban, las hacían limpiar. Y las largaban. “Al menos ahí y con las que me llevaban a mí. Seguro que hay casos de compañeras a las que no largaron”.

En el exilio. (Foto: Archivo de la Memoria Trans).

Esperando el carnaval

En Argentina sólo había una ocasión en el año en la que podían salir a la calle sin correr el riesgo de terminar en un calabozo: en las fiestas del carnaval. “Eran los únicos momentos de diversión y libertad totales. De diversión sin miedo”, dice Magalí. No era que no se divirtieran: entre cuatro paredes, dentro de la casa de alguna, o en el cuarto de la pensión, entre ellas y protegidas de la policía, siempre había alegría. Pero salir a la calle siempre era un riesgo, hasta para ir al kiosco o a tomar un colectivo, incluso sin maquillaje ni tacos. “En cambio en los carnavales… Era nuestro día que podíamos salir y mostrarnos y estar libres. Era un día de fiesta”, dice Magalí. Aunque aclara: “Hasta por ahí nomás, porque a veces terminaba el corso y terminaba la murga y estaba la camioneta esperándonos o el camión o el colectivo para llevarnos presas”

Esta se fue, a ésta la mataron, esta murió

La frase surgió mientras escaneaban y ordenaban fotos: “Esta se fue, a ésta la mataron, esta murió”. Así se llamó la primera gran muestra que hicieron del Archivo de la Memoria Trans en el Centro Cultural de la Memoria Haroldo Conti –que funciona en la Ex ESMA, a fines de 2017-.

“Era una frase que además se repetía entre nosotras en esa época: cuando una caía detenida, entraba al calabozo y cuando preguntaba por alguna las respuestas eran tres posibles: “Esta se fue, a ésta la mataron, esta murió”, dice Ivana.

Carla dice que trabajar para construir una memoria trans –en su caso desde el Archivo- es algo que va mucho más allá de lo evocativo: “Es una instancia de reencuentro para nosotras, de reconciliación muchas veces, con nosotras mismas y entre nosotras, pero además tenemos el objetivo de la justicia”. Y por eso, agrega, recuperar la memoria es una tarea dolorosa pero también necesaria: “Por las que se fueron, por las que mató la dictadura, por las que mató la represión policial. También las que nos exiliamos para sobrevivir. Eso tiene que contarse para que toda la sociedad se entrere”.

Carola Figueredo, la última en ingresar al Archivo, cierra: “Es una historia que tiene que salir a la luz. Tenemos que salir a la luz. Para la sociedad, que no nos conoce. Que no sabe nada de nosotras. Sufrimos mucho, injustamente, porque la sociedad vivió y vive con un concepto equivocado hacia nosotras. Queremos que se sepa toda la verdad de lo que pasamos, que las nuevas generaciones lo vean y sigan luchando para que esto no vuelva a ocurrir nunca más”.

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