Carta de una activista trans a su abuela: «son tiempos de injusticia»

En una sociedad que históricamente nos negó su amor, en un contexto difícil para la comunidad trava y trans donde la militancia y el activismo erosiona les cuerpes, frente a la enorme carga y las consecuencias de la visibiliación, al dolor que parece ser la única realidad posible, pensar los vínculos afectivos puede ser una caricia.

Por Keili González , desde Nogoyá, Entre Ríos

Querida abuela:

A esta trava hoy las palabras no le salen. Hago un esfuerzo con la garganta por escapar de ese nudo seco que atrapa un grito.

Te escribo porque tus mateadas me hacen falta, mis mejillas extrañan tus besos, porque mis ojos no ven tu sonrisa, mis tuétanos no ronronean, hoy no bailan.

Erosionada por una lucha incesante, pensarte es un parche para ese dolor que no para de sangrar. El tiempo se ha estancado. Mi cuerpo parece no aguantar. Empujo este carro. Son momentos difíciles. La culpa ha sido la mejor amiga traicionera, el desafío parece definirse como “esperar”.

Mi negra tabaco de uñas cargadas de andar, que a guachazos la vida fabricó, te escribo porque tus recuerdos me hacen fuente; las arrugas de tus manos y tu llanto son la historia que esta sociedad heteropatriarcal y machista cajoneó.

Busco no sé dónde esa fuerza de abuela trava que me cobijó. Que al compás de mi llegada a tu rancho, donde entre velas escondías a tus santos, muchas veces me decías que no entendías.

La villa sur te albergaba, la higuerilla era tu techo de los crudos veranos, que entre fuentones trapos refregabas en el fondo llano. La pava a los gritos anunciaba, esa bolsa de cariño buscaba, el mate amargo era el intermediario de esas largas charlas transpiradas.

En ese instante te diría que los tu partido harían un fuerte cambio: la demagogia es fuerte, y la injusticia.

«Preocupate por tus aliados y no por los que te critican», dirías.

 

Hoy olfateo que aún yo caí en esos modelos de concebir una lucha, sé que autodestruirme no es la respuesta, parece que mis tacos ya no suenan en el camino, esa es la cuenta.

Pensé que ser inteligente era resolver problemas. Qué ingenua esta cuerpa, una no lo puede todo y mientras tanto pasan los días. La frustración se me hizo carne y me mantiene en agonía.

La pura idea del intento me inunda, me enseñaron a colocarme sobre mí misma, superarme, como si yo fuese mi problema a vencer, ¡claro! no soy omnipotente ¿qué creía?

Los peligros nos avistan, las necesidades con voluntad y esfuerzo no se solventan. Era cierto, ¡los planes fallan nona! los miedos hoy me acechan.

Vivir entre la culpa y el azar me hizo sentir inepta para conducir mi vida, triste sistema que me lo presenta como un problema individual que mi actitud negada no cambiaría.

Ayúdame, ya pasaste por esta y en ese tiempo el crudo machismo lo diluía. Creer que todo puede resolverse con voluntad ha sido el problema del hábito. “Tenete paciencia a ti misma”, me dirías.

No hay voluntad personal capaz, ni espacio de igualdad construido desde la verticalidad. Darme cuenta que no me repondré a todo y que no tengo por qué hacerlo siempre y ni hacerlo sola, lo natural es cultural, acá vuelve lo utópico de lo que parece ser realidad.

 

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