Gabriela Cabezón Cámara: del Martín Fierro a la novela queer

Como un bing-bang  nacional y campero, Gabriela Cabezón Cámara acaba de publicar Las aventuras de la China Iron, la historia jamás contada de la famosa china del gaucho macho.

Por Gabriela Borrelli Azara Fotos: Magdalena Siedlecki/Random Como un bing-bang  nacional y campero, Gabriela Cabezón Cámara acaba de publicar Las aventuras de la China Iron, la historia jamás contada de la famosa china del gaucho macho. Es el último libro de la autora que irrumpió en la escena literaria argentina con la historia de la Virgen Cabeza, en 2009. Allí narraba la historia de amor entre Qüity, una cronista de policiales, y  Cleo una travesti que se comunicaba con la virgen y que se convertiría en la líder política de la villa dónde vivía. Ahí, en ese texto primero, Cabezón Cámara contaba una historia de amor disidente y trabajaba con la lengua. En el corazón de una historia de amor, la explosión del siglo de oro español con la dinamita de la lengua villera. Después fue el romancero que exploró con la sátira en el Romance de la negra rubia, y otra vez la historia de amor la protagonizan dos mujeres. Ahora lo hace de nuevo. Y es todo explosión cuando Gabriela Cabezón Cámara mete una bomba en  el castellano y lo implosiona. Es el brillo de Estreya lo que la China ve apenas el famosísimo Martín Fierro se va, arrastrado por la leva. El brillo como el nacimiento de lo que podría haber sido. La China mira a sus criaturas, y mira a una inglesa, y piensa y se sube. La China usa un paraguas para traer el agua del río y se viste de hombre, y descubre el té y las pecas de esa inglesa. La China va intercalando el inglés en una lengua que aún no domina pero con la que piensa. De dónde vino, por qué Fierro, y por qué no otra cosa. La China es la posibilidad de que todo hubiera podido ser diferente. Que hubo un inicio y que ese inicio estuvo en las manos de los fierros y no de las chinas. Ni siquiera de los “Rosarios” gaucho ecológico que acompaña a la China y a la inglesa en la road-novel-gauchesca argentina, género que Cabezón inaugura.

-¿Por qué las aventuras de la China y no la historia de la China?

-Porque es más lúdico. Porque se vincula con cierta novelística del siglo XIX que me fascina, esa que venía en la colección Robin Hood. Porque tiene que ver también con la peripecia, con una promesa de entretenimiento y descubrimiento, con obstáculos que se sortean. Con metas que se alcanzan o no.

-¿Qué tiene para decirnos la gauchesca sobre el ser argentino, si ese ser existiera?

-Es un género que pasa de la épica a la novela, del la primera persona del plural heroica al yo derrotado. Es la historia de una clase que se alza para hacer la revolución, y termina descartada como basura cuando los dueños de la tierra ya no los necesitan para dejar de pagarles impuestos a los españoles ni para matar indios. Es el género que termina engendrando a Martín Fierro, ese gaucho humillado hasta el hartazgo y al final quebrado, resignado a ni siquiera desear justicia. Martín Fierro es una novela hermosa pero es, en La vuelta, la novela de una derrota, la novela que demuestra el sin sentido de cualquier rebeldía, de cualquier deseo de tener lo propio, el sin sentido del orden social. Y la resignación como único modo de vida posible si naciste del lado malo. La gente que creía en algo como el «ser argentino» –el «ser nacional» decían ellos– eligió el Martín Fierro como libro nacional contra los inmigrantes y las ideas de organización obrera que traían. Y si el libro sobrevivió es porque, insisto, es una novela hermosa pese a su segunda parte, de la que se podrían descartar dos tercios de sus páginas.

-¿Podría leerse tu libro como una utopía queer de la diversidad cultural? 

Sí. Cuando mataban al indio mataban (matan) al que les molestaba (molesta) para tomar la tierra como propia. Pero también al que con su forma de vida otra es evidencia de que eso existe, una forma de vida otra. Una forma de vida que no necesita generar un biocidio para aumentar o conservar su tasa de ganancia. Que ni siquiera piensa en términos de tasa de ganancia. Entonces, pensar comunidades de nacionalidades diversas que vivan en armonía con la naturaleza, sin dudas puede leerse como utopía de diversidad cultural. En cuanto a lo queer, ¿qué clase de utopía podría desearse sin la liberación de los cuerpos y los deseos?, ¿qué clase de utopía se podría construir sobre los cepos de las identidades obligatorias y fijas?

-¿Porque la china se llama Josefina? 

-Por la China Josefina Ludmer. Porque fue una crítica enorme, una de esas que generan obra propia, una mirada nueva sobre la literatura y la cultura que observan, una crítica lisérgica. Es un homenaje.

-¿Qué momento gozaste más: cuando pensaste y escribiste la novela, cuando la leíste terminada o cuando la leemos ahora nosotros? ¿La literatura, es también goce?

-El gozo lo tuve en esos momentos en que sentís que la escritura te vibra en el cuerpo, cuando sentís que el texto respira, cobra fuerza propia, vive y te atraviesa, como el río de Juan L que lo atravesaba: me atravesaba un río, me atravesaba un río. Y ahora, cuando llegan las lecturas de los otros. Y cuando vi la tapa, que es una hermosura. Y cuando supe el precio, porque quería que fuera barato y es barato.
LEER el primer capítulo de Las aventuras de la China Iron.
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