Goyo Anchou: “El cine LGBT está lleno de historias burguesas”

Desde la trinchera del cine de guerrilla queer, Goyo Anchou dispara contra el conformismo y la bondad en producción fílmica gay. Y defiende su odio al mundo tal como está, que extrema en su nueva película: Heterofobia, una rapsodia antipatriarcal es un llamado a la castración de todos los machos para terminar con la opresión.…

Desde la trinchera del cine de guerrilla queer, Goyo Anchou dispara contra el conformismo y la bondad en producción fílmica gay. Y defiende su odio al mundo tal como está, que extrema en su nueva película: Heterofobia, una rapsodia antipatriarcal es un llamado a la castración de todos los machos para terminar con la opresión. Por Paula Bistagnino Fotos: gentileza G.A. “Un puto es puto, siempre tiene que estar abajo del macho. Si vos entendés eso, te va a ir bien. Incluso vas a ser feliz. Si no, olvídate, vas a ser infeliz. Y encima te van a cagar a palos”, le dice un chongo a Mariano, el protagonista de la película, después de violarlo. Marca el comienzo de un recorrido emocional: va desde la culpa inicial mezclada con la voluntad mesiánica de redención, hasta la conclusión de que la única acción posible contra el patriarcado es la revolución. Y el arma es la castración. “Sólo la castración del macho nos va a liberar”, dice el cineasta Goyo Anchou, marplatense exiliado, director y productor de esta película que empezó hace más de tres años y que desde su radicalidad logra llegar a un estreno en el MALBA. Además, por esa misma buena recepción que tuvo desde que se presentó como work in progress en el Asterisco Festival de 2015, ya tiene en marcha su secuela: El triunfo de Sodoma. Será la quinta película de Anchou, que debutó en 2003 con Safo –una remake en versión trans de la original de 1943 con Mecha Ortiz y Mirtha Legrand-, la siguió en 2011 con el documental La peli de Batato que codirigió con Peter Pank, y en 2013 con El nombre de los seres. “Soy un cineasta marginal que se dedica a hacer changas inconfesables con el fin de poder estar abocado al cine. Dejé todo para hacer esto”.

-Hacés cine gay, ¿fue de la mano una cosa con la otra en esa infancia en Mar del Plata?

-Sí, absolutamente. Fue un garrón ser gay en provincia en la década del 80. Y por eso el arte y el cine funcionaron como un refugio, uno de los pocos refugios seguros en ese tiempo. Por eso, yo tuve tan claro que era gay como que iba a salir de Mar del Plata volando. Yo me vine a Buenos Aires con la idea de ser puto, seguir siendo puto, pero tranquilo. Solo, lejos de mi familia y de mi entorno. Esa era una necesidad, pero la segunda también era hacer cine. Así que apenas cumplí 18 me vine para acá. Y siempre supe que iba a hacer cine gay. Mi deseo siempre fue el de concretar en el cine mis fantasías y contar historias gays, queers, raras. Eran las historias que me faltó que me contaran cuando era chico y que quería vivir cuando era un adolescente marginado por mi sexualidad. Y en ese momento lo que me surgía eran historias marginales. Después uno se va formando y va creciendo, pero la primera voluntad fue esa.

¿Heterofobia nació tan radical como terminó siendo?

-En su primerísimo comienzo quiso ser un guion muy profesional para escribir de manera más o menos careta para presentar ante el INCAA (Instituto Nacional de Artes Audiovisuales). Pero después me di cuenta de que a pesar de toda la voluntad que yo pusiera de formatear esa historia para que les resultara aceptable, era imposible. Y entonces, como no iba a encajar en el sistema, iba a hacer lo contrario: radicalizarla y convertirla en una película que nunca jamás ninguna institución hubiera financiado. Y es una película que llama a la castración de todos los varones de la tierra; cortar pijas para terminar con el problema de la opresión de género del país. Y dejarse de querer seguir las reglas de los héteros para ser aceptados. Qué deprimente.

-¿Es también una rapsodia contra los gays que quieren casarse y formar una familia?

-Pero ¡claro! Estoy harto, harto, harto de ver películas de putos buenos que quieren ser el buen vecino. Que quieren casarse, ser monógamos, comprarse un gatito y adoptar un nene que se lo acepten en la escuela del Opus Dei como Florencia de la V. O todos los militontos del PRO que hay ahora. Y a nivel mundial, si mirás las grillas de programación de los festivales LGBT, hay mucha producción de ese cine gay de buenos burgueses y conformistas que son un embole. A mí me deprimen mucho. Pero es una tendencia, sobre todo en los putos. En las chicas tortas, no tanto.

-¿Cuánto tuviste que rascar para llegar a todos esos lugares que cuentan la homofobia?

-No, esta película es completamente autobiográfica en el sentido de que son todos lugares que hemos transitado. La heterofobia, el canto de muerte al macho, es algo muy liberador porque todos los putos hemos pasado por la homofobia. Y si bien todo esto en la película está matizado por mucho humor, ese odio es sanador. Cuando uno lo sacó, cuando uno se permite sentirlo, es porque pudo superar el gran trauma de la infancia. Porque cuando sos chico y recibís toda esa opresión, y esa violencia, lo que vos tenés o es odio sino un gran sentimiento de culpa y un odio profundo por uno mismo. Entonces, poder crecer al direccionar ese odio hacia afuera es un proceso de maduración emocional.

-¿Vas a seguir plantado en el lugar de la guerrilla queer?

Voy a seguir plantado en este lugar del cine de guerrilla queer. Creo que es un lugar en el que hace falta plantarse y sumar aliados porque es un lugar de búsqueda de la libertad constante, subvirtiendo todos esos lugares comunes del cine y también de lo LGBT. SI no, si me voy a quedar en el conformismo, ¿para qué ser puto, no? “Heterofobia, una rapsodia antipatriarcal” se proyecta los sábados de diciembre a la medianoche en el Malba.]]>

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