#SerIntersex: "Tengo dos genitalidades peleando por un mismo cuerpo"

Jennifer Gabriela Aranda nació con la genitalidad externa de un varón. En la pubertad, cuando su cuerpo empezó a desarrollarse como el de una mujer, descubrieron que su genitalidad interna era femenina. Su padre y un médico la obligaron a un tratamiento con testosterona pero ella lo dejó. Hoy tiene 54 años y es activista.

Me sentía femenina en todo: desde los juegos que elegía hasta que me gustaba usar las cosas de mi mamá y quería estar con las nenas. Era muy fuerte, pero yo misma me negaba esos sentimientos porque sabía que era un varón y no se suponía que actuara así”, dice la mujer y activista intersex, que hoy tiene 54 años y sigue teniendo el cuerpo y la genitalidad interna y externa con la que nació.                                 Jennifer en Encuentro Nacional de Mujeres de Chaco 2017 

«Lo terrible empezó en la pubertad»

Jennifer es una de ese entre 0,5 y 1,7 por ciento de personas que nacen con caracteres sexuales que no se corresponden con las típicas nociones binarias de cuerpos masculinos o femeninos. Y es uno de esos casos aun menos comunes en los que la intersexualidad no es visible al nacer. Por eso, para ella, como para muchxs intersex, “lo terrible empezó en la pubertad” con los primeros cambios. “Mientras los varones se iban para arriba, desarrollaban músculos y les salían pelos y voz gruesa, a mí me pasaba todo lo contrario: mi voz era de mujer, me crecieron las tetas, me puse caderona”. La sensación de que no podía controlar su cuerpo la llevó a aislarse y empezó a vestirse con ropa holgada porque tenía miedo de la descubrieran. “Era la década del 70. La heteronormatividad era absoluta. No había ni trans ni travestis ni lesbianas ni gays. Al menos no visibles. Igual, yo no me sentía gay. Yo me sentía femenina y quería que los varones me vieran y me quisieran como mujer. Eso era imposible porque yo era varón. Así que toda la sexualidad adolescente para mí fue un trauma. Tuve una adolescencia y una pubertad frustradas”.
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Un día, a los 13 o 14 años, el padre la vio bañándose y se dio cuenta de que el físico no era el de un varón. La llevó al médico enseguida. Le hicieron estudios y descubrieron que todo su aparato reproductor, toda su genitalidad interna, era la de una mujer. Por eso también menstruaba. “En mi caso tengo un conducto que va al ano y entonces cada vez menstruaba por ahí. Yo creía que mi sentir femenino era tan fuerte que mi cuerpo respondía así”.
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El tratamiento hormonal: «Me volvieron ambigua y me condenaron a vivir avergonzada»

El médico entonces hizo lo que el padre le pidió: “Lo único que le importaba a él era que su primer hijo varón no fuera puto y entonces me hicieron un tratamiento hormonal”. Mientras que a ella le decía que le daban vitaminas, en realidad le estaban inyectando testosterona. Esa intervención derivó en una transformación física contraria a la que ella deseaba. Así fue por dos años, hasta los 17, cuando se dio cuenta y decidió que no lo iba a hacer más. Se plantó frente al padre y le dijo: “Yo no soy este monstruo que vos estás creando. Yo no voy a vivir para hacerte feliz a vos”. Ahora, casi cuarenta años después, piensa: “No pudieron conmigo. Aun con toda la testosterona que me dieron igual no lo lograron. Nunca pudieron cambiar  mi mentalidad. Pero me volvieron ambigua y me condenaron a vivir avergonzada y encerrada, porque no quería salir a la calle. Me convertí en una persona completamente andrógina”. Un año y medio después de dejar el tratamiento, su cuerpo volvió a producir estrógenos y a los dos años ya era la que es ahora. Pero no fue sin consecuencias: en realidad le detuvieron su crecimiento femenino y por lo tanto quedó a mitad de camino entre varón y mujer. Pero además la medicación le trajo problemas hepáticos. “Tengo dos desarrollos genitales peleando en un solo cuerpo”.

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Convertir el padecimiento en militancia

El activismo de Jennifer empezó casi como una necesidad. Y si bien siempre hizo cosas por sus compañeras no fue hasta 2014 que inició una militancia más formal: de la mano de Belén Correa, reconocida activista y una de las fundadoras de la Asociación de Travestis Transexuales y Transgéneros de la Argentina (ATTTA), a quien había conocido en la casa de una amiga en los años 90. “Fue sobre todo con el surgimiento de las redes sociales que, por lo que yo publicaba, me convertí en una referente natural porque todas las chicas trans de Escobar empezaron a recurrir a mí para las consultas, porque yo siempre andaba ayudando a las que me cruzaba. Fue algo que me salía y que fui construyendo de manera intuitiva”.  Estuvo dos años al frente de ATTTA Escobar Zona Norte, pero después se fue para hacer cosas por su cuenta y se acercó a Mujeres Trans Argentina, la organización creada por Maju Burgos. Estuvo un año y medio más ahí y volvió a independizarse y formar su propia agrupación Orgullo Trans Solidario Mónica Astorga (OTSMA), una agrupación que está en proceso de formalización y que trabaja en la contención y ayuda a personas trans en la calle, en hospitales y en cárceles. OTSMA se autogestiona con recursos que provienen de la solidaridad de quienes quieren colaborar y de mucha ayuda de la monja de Neuquén Mónica Astorga –por eso lleva su nombre-.
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Jennifer dice que lo social siempre fue un problema para ella. Porque toda la cuestión física la llevó a tener que vivir disimulando un cuerpo que no correspondía con su nombre y que no terminaba de definirse. “A simple viste yo soy una travesti o una trans más. Pero a la vez las trans siempre me miraron raro porque no me creían lo que les decía y pensaban que tomaba hormonas a escondidas o que me había operado”, cuenta. “Y a la vez sufrí todos los maltratos que sufre cualquier chica trans: no conseguir trabajo, que te ninguneen, falta de acceso a la salud, maltrato… Por suerte mi mamá siempre me defendió y nunca tuve que irme de mi casa”. La sanción de la Ley de Identidad de Género le dio dos derechos que antes estaban vedados: tener el documento con su nombre y acceder a los tratamientos hormonales que ahora en la menopausia son muy importantes y, si quisiera, a alguna cirugía. “Ahora estoy pensando en la castración, para dejar de producir testosterona, porque eso me sigue provocando problemas de salud”.

“Seguimos invisibilizadxs”

Como fundadora de OTSMA, Jennifer estuvo en el último Encuentro Nacional de Mujeres, en la provincia de Chaco. Y ahí volvió a confirmar algo que ya sabe: que todavía lxs intersex están invisibilizadxs y que por lo tanto hay un gran desconocimiento sobre sus problemáticas y padecimientos. “Somos una minoría dentro de una minoría. En el ENM comprobé que el 90 por ciento  de las que estaban ahí, todas activistas, no sabía qué significa mi bandera”. Y concluye: “Me encantaría que el mundo nos tenga más en cuenta, que seamos reconocidas y respetadas, que se consideren nuestros derechos. De eso se trata este día y por eso queremos que circule nuestra bandera, que tiene mucho que ver con las trans pero que es otra”.]]>

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