Por qué me operé: una activista trans cuenta su experiencia

Keili González es una activista trans de Entre Ríos. Hace un mes se hizo una cirugía de implantes mamarios, luego de pensarlo por mucho tiempo. En esta columna cuenta su historia y reflexiona sobre un proceso donde cuerpo e identidad se funden pero también se diferencian. ¿Tenemos que pagar nuestra identidad con nuestros cuerpos?, se pregunta. “No puedo resumir en una cirugía a todo mi travestismo. Pero en mi vida aprendí a resignificar el dolor y todo lo que atravesé”.

Keili González es una activista trans de Entre Ríos. Hace un mes se hizo una cirugía de implantes mamarios, luego de pensarlo por mucho tiempo. En esta columna cuenta su historia y reflexiona sobre un proceso donde cuerpo e identidad se funden pero también se diferencian. ¿Tenemos que pagar nuestra identidad con nuestros cuerpos?, se pregunta. “No puedo resumir en una cirugía a todo mi travestismo. Pero en mi vida aprendí a resignificar el dolor y todo lo que atravesé”.

Por Keili González 
La idea de tener tetas inició por el 2009, en aquellas salidas “locas” con mis compañeras  maricas, mujeres, cis, travas y trans. Escapada de mi madre y padre -digo así ya que no había alcanzado la mayoría de edad- llegaba a la casa de una amiga que en esa época era de las pocas que tenía independencia económica, vivía sola y manejaba sus tiempos. Ahí podía hacer la mía sin dar explicaciones. La producción era el momento colectivo más bello, donde entre nosotras nos recomendábamos la ropa, nos maquillábamos, rellenábamos cuanto corpiño pasaba por nuestros cuerpos y medíamos los pronunciados escotes. El “trago”, la bebida, era el intermediario de los abrazos, las bromas, las carcajadas y los consejos de cómo manejarnos si nos cruzábamos con algún macho violento: no solían faltar en los espacios donde circundábamos. También eran encuentros de revuelo, porque no faltaban los momentos manifiestos de la monogamia como sinónimo de amor. Se “marcaba la rayuela”, éramos celosas y qué quilombo se armaba si alguna se “propasaba”.
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En una de aquellas salidas, atenta a cómo los varones miraban a mis compañeras, comencé a sentir vergüenza de mi cuerpo, de lo que entendía como estándar de ser mujer. ¡Ah sí, mujer! Lejos de mí estaba pensarme dentro de la identidad travesti. Jamás me había preguntado de qué tipo de mujer hablaba. Entonces solo analizaba lo que yo concebía como construcción de esa categoría. Tenía 16 años, nunca había estado en una relación y necesitaba encontrar una explicación: tal vez eran las tetas el problema.

“Yo era de las privilegiadas”

Mi militancia por aquel tiempo era territorial pero no académica. Carecía de las herramientas  para pensarme teóricamente, o tal vez me resultaba complejo. Allí estaba en juego un deseo y yo debía encontrar la causa de mi malestar. En primer lugar, podía descartar que no era por una necesidad obligada a cumplir bajo los estereotipos. Yo no estaba en el sistema prostibulario. No me veía obligada a realizar un cambio corporal para poder tener unos sucios pesos, pagar una pensión, tener sábanas limpias y un plato de comida caliente. Era de las privilegiadas que no había sido expulsada de su casa. Quedaban dos posibilidades que respondieran al porqué del deseo de tener mamas. La primera porque todavía me pensaba en un esquema binario. Y la segunda por una necesidad sexual y afectiva. En plena discusión por la Ley de Identidad de género, todavía no había un acceso integral a la salud y yo no tenía los medios económicos para operarme en el sector privado.
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A principios de 2011 comencé a militar y a debatir entre amigos y activistas. Generalmente se sostenía que había que pagar con nuestros cuerpos el cambio de nombre.. Esto me llevaba a preguntarme: ¿dónde quedaba nuestra libertad? ¿Dónde quedaba el poder decidir? El discurso mayoritario en mi contexto era ese; pero yo quería ser en mis propios términos y no lo que pretendían. Dos años más tarde, bajo otro marco jurídico, aprobada la Ley 26.743 de Identidad de Género, conocí a Gustavo Terra en el único hospital de Nogoyá, ciudad en la que vivo. Allí, después de muchas batallas, las personas situación de prostitución pudieron ¡consultar y atenderse, a un tocoginecólogo, hoy un querido amigo llamado Gustavo Terra.

Preguntas y contradicciones

Cuando leí la nota de la activista trans Violeta Alegre donde reflexiona sobre las expresiones “Se te nota” o “No se te nota”, comencé a pensar sobre las prácticas quirúrgicas, hormonales y estéticas a las que nos realizamos y sometemos las travestis, transgéneros y transexuales. En primer lugar, sentí la necesidad de preguntarme el porqué de mi cirugía mamaria, teniendo en claro que no era una necesidad y considerando que no tenía que existir una causa que la generara más allá de mis deseos. En segundo lugar, me encontré con la contradicción, al operarme, de no reproducir modelos hegemónicos ni estereotipos, entendiendo que la categoría trava-trans no es unitaria, excluyente y sin complicaciones, ya que no hay única manera de serlo. En tercer y último lugar, consideré el revisar mis privilegios alcanzados por la militancia y el activismo, motivo que posibilitaron, en cierta medida, tener mayor inserción, alcance y sustentabilidad económica para realizarme la intervención.

El tratamiento hormonal

En mi primera consulta le planteé la idea de comenzar un tratamiento hormonal que posibilitara de a poco desarrollar mamas. Le conté que ya había tenido intentos con otra profesional de la salud, pero esta vez quería que se hiciera un seguimiento con continuidad en el tiempo. El tratamiento consistía en el desarrollo de las mamas y además en la reducción del crecimiento del vello facial, acumulación de grasas en las caderas,mejora de la piel y el cabello, otras. Pero también había efectos adversos:  disminución del deseo sexual, impotencia, posibles problemas cardíacos, infertilidad, la inestabilidad anímica. Eran situaciones que debía replantearme al momento de continuar.

La biología no es destino

Mi paso por la universidad, sumado a mi activismo y  al feminismo como forma de vida, me permitieron analizar críticamente la hormonización y a la medicina como disciplina normalizadora de los cuerpos. Allí nuevamente apareció el concepto de la libertad. Empecé a batallar con los postulados de la biología y su lineamiento sexo, género y sexualidad. Necesitaba encarar una identidad en mis propias normas, lo que significaba afrontar el discurso biologicista y correrme de lo que la sociedad esperaba de mi cuerpo, de mi anatomía y fisiología, porque defiendo la postura de que la biología no es un destino.
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Pero no podía dejar de pensar en la libertad, en el poder y la toma de decisiones de mis compañeras de optar realizarse algunos tratamientos hormonales que implicaran cambios fisiológicos y anatómicos.  

Un recuerdo

Cuando yo era chica no existía una educación sexual integral para todxs. Los ámbitos y espacios del cual formaba parte, que por cierto eran muy pocos, se caracterizaban por ser expulsivos y generalmente buscaban enmarcarme bajo las normas heterosexuales.  Esto no se ha revertido totalmente en la actualidad, a pesar de los avances. Pienso si en mi niñez hubo algún hecho que tuviera que ver con los temores de mostrar mi torso, mis diminutas tetas y recuerdo que si los hubo. Fue una tarde veraniega y en familia. En los húmedos veranos, cuando el calor se manifestaba con su máxima expresión, con mi madre, padre y hermanxs“ disparábamos” al arroyo, no había “pile” pública y si las había no estaba en nuestro alcance poder ir. Mi padre que solía ir al campo por la caza y la pesca; conocía algunos lugares donde podíamos pasar esos días calurosos y compartir una jornada campestre.
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Atrás del cementerio, camino al distrito Montoya, en un campo a un poco más de dos kilómetro del conocido en la ciudad como Molino “Petizo”, pasa el arroyo. Allí existe un badén, era uno de los dos o tres lugares donde solíamos ir. Repaso aquella jornada que me marcó, porque refleja esa libertad que involucró mis senos. A mí me costaba sacarme la remera, signo que ya existía alguna “historia” con mis tetas. En casa lo hacía bajo presión porque era seguro que algún reto o cargada me llevaba. Ese día fue distinto. Recuerdo haberme apartado un poco de mi familia a un  lugar en donde el arroyo no era profundo. Me saqué la remera sin vergüenza y me metí al agua, me sumergía y sonreía. Por casi media hora estuve allí, disfrutando de ese momento donde me sentí como nunca antes. No parece un hecho trascendental, pero en mí lo fue. La felicidad, esa libertad que duró un instante. Era yo sin temores, sin mi cuerpo al sometimiento del parecer.

La cirugía

La cirugía se concretó el 20 de abril en el hospital San Martín de Paraná, tras varios meses de trámites. El Estado me aseguraba  la cirugía e internación, pero no los insumos como las prótesis y medicamentos. A pesar de las leyes, estamos soy consciente de que estamos viviendo en un contexto social, económico y político muy crudo. Las políticas de Mauricio Macri a nivel nacional y de Gustavo Bordet a nivel provincial han recrudecido la  la violencia. Hay falta de acceso a la justicia y al sistema de salud.  Las travestis somos de las personas más afectadas. Hoy, a más de un mes y medio de aquel día ¿qué pienso y cómo me siento? Es un proceso, no una contradicción; tiene que ver con mi devenir, que fue colectivo y como consecuencia refleja el “yo orgullosamente trava”. Porque alguna vez fui niño, lo deconstruí, lo abandoné y atravesé otros procesos de construcción identitaria.
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Fue mi primera cirugía y una forma de romper una estructura. Las sensaciones posteriores fueron complicadas. No sólo por el dolor físico sino porque tenía como una melancolía. Me preguntaba: ¿esto me hice? Pero ahora estoy contenta y esto recién empieza. No puedo resumir en una cirugía a todo mi travestismo. Pero en mi vida aprendí a resignificar el dolor y todo lo que atravesé, lo que me edificó y lo que quiero hacer, y lo banco porque habla de mi empoderamiento y la valentía de hacerme a mí misma. Debo aclarar que tiene que ver con una característica más de esa construcción que refleja la libertad en lo que soy y por qué no en lo que seré, porque no sé qué deparará el destino]]>

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1 comentario

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